27 de julio de 2010
Blog Puente Aéreo
Escrito por Gustavo Faverón
Sobre un artículo publicado en Letras Libres
En un artículo reciente, Mario Vargas Llosa afirma que "la noción de cultura" a lo largo de "muchos siglos fue un concepto inseparable de la religión y del conocimiento teológico", y presenta como ejemplo la cultura de la filosofía en Grecia y la del derecho en Roma.
Hace notar luego que, en el Renacimiento, el concepto de cultura "lo impregnaban sobre todo la literatura y las artes" y que después, "en épocas más recientes", dice, desde la Ilustración, "fueron la ciencia y los grandes descubrimientos científicos los que dieron el sesgo principal a la idea de cultura".
De inmediato propone la definición más circular de cultura que me haya sido dado escuchar alguna vez. Escribe Vargas Llosa: "cultura siempre significó una suma de factores y disciplinas que, según amplio consenso social, la constituían y ella implicaba".
Que es como decir que el fútbol es la suma de los elementos que componen el fútbol o de los elementos que el fútbol implica, de acuerdo con un consenso logrado entre quienes saben de fútbol.
Vargas Llosa, claro, tiene en mente cuáles son esos elementos y los enumera a continuación: "la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber".
Antes de seguir habrá que hacer notar al amplitud de esa nómina, que incluye cosas tan generales como "ideas" y "valores". ¿Quiere decir, por ejemplo, ideas políticas y valores morales? Probablemente. ¿Quiere decir también, por tanto, ideas marginales y valores populares? Uno pensaría que sí, pero Vargas Llosa no necesariamente lo cree, pues a continuación dice:
"La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".
Vargas Llosa defiende la idea de que la clasificación jerárquica de la cultura siempre fue "bastante clara" porque "para el mundo entero" no había sino "un solo sistema de valores, criterios cilturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".
Cabe preguntarse a qué mundo se está refiriendo Vargas Llosa con esa mirada tan herméticamente homogénea: ¿un mundo donde todos comparten exactamente los mismos sistemas de valores, criterios y modos de pensamiento, juicio y comportamiento, sólo que unos individuos hacen progresar esos sistemas mientras que otros "se desentienden de ellos"?
Mi observación es obvia: tal mundo no ha existido jamás: las "razones sociales y económicas" que Vargas Llosa menciona a vuelo de pájaro son más que suficiente asidero para entender que cualquier sociedad presenta quiebres, hiatos y discontinuidades que engendran modos distintos de valoración, juicio y comportamiento; eso, para no entrar al tema evidente de las culturas mestizas, los mundos coloniales, las sociedades hibridas, las formas de dominación, etc.
Según Vargas Llosa, esa utópica unicidad de la cultura fue resquebrajada por la bienintencionada pero degenerante acción de "los antropólogos", que propusieron una idea absurda: que la cultura es "la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora".
Momento de detenerse y regresar al principio para hacerle notar algo a Vargas Llosa: cuando él habla del "concepto" y la "noción" de cultura en la antigüedad griega y romama, en el Renacimiento europeo, en la temprana Ilustración, etc., remontándose veinticinco siglos en busca de la genealogía del término, está, en verdad, inventando esa genealogía: el "concepto" y la noción" de "cultura" que Vargas Llosa atribuye a esos periodos históricos, fueron enteramente desconocidos en aquellos tiempos. Una frase como "el centro de la cultura romana es nuestra tradición legislativa" hubiera sido una frase más o menos incomprensible dicha por alguien en un senado latino en tiempos del imperio.
Sí: Vargas Llosa está intentando dotar a su idea de "cultura" de una historia de la cual carece. La idea de cultura de Vargas Llosa, que no se remonta más allá del siglo dieciocho, podría replantearse de esta manera: "cultura es un corpus de conocimientos, artísticos, humanísticos y científicos, en cuya evolución una élite social tiene ingerencia y agencia constantes y otras parte de la sociedad no".
Y, en ese contexto, "culto" es siempre un adjetivo que sólo se puede adscribir a un individuo que de una forma u otra tiene presencia en (o acceso a) esa élite social. Una idea "culta", y por tanto atendible, sólo puede originarse, así, dentro de ese fragmento de la sociedad. Y ciertamente no puede originarse en un mundo ajeno (por ejemplo, en otro mundo social, es decir, en un pueblo "bárbaro").
A esa noción de cultura es a la que Vargas Llosa se refiere, en verdad, cuando dice que "la noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado". Por ello, a renglón seguido, Vargas Llosa, enumerando los rasgos del nuevo monstruo al que llamamos cultura, incluye los adjetivos "multitudianario y traslaticio".
En efecto: ante una definición estrictamente elitista de cultura, en la que no se reconoce un gran centro único ni la agencia exclusiva de un grupo minoritario y jerárquicamente elevado sobre los demás, todo se hace incómodamente traslaticio (¿qué?, ¿que la cultura está en todas partes?) e inquietantemente multitudinario (¿ah?, ¿y toda esa gente se cree parte de la cultura?). La respuesta de Vargas Llosa es dramática e hiperbólica: "el contenido de lo que llamamos cultura", dice, "ha sido depravado".
Vargas Llosa parte, entonces, de esa definición dieciochesca de cultura y la complementa con el sentido romántico, decimonónico, de cultura: el que se interesó por construir los cánones, las nóminas de los héroes que habían trasnsformado las artes y las ciencias para mayor honra de unas historias nacionales que necesitaban apuntalarse y definirse en la medida en que se iban construyendo los estados-nación; pero que necesitaban también, rápida y efectivamente, instruir al pueblo en una manera de ser "nacional", de modo que quienes alguna vez se nuclearon en torno a señores feudales y luego en torno a coronas y dinastías (o bajo yugos coloniales) se nuclearan ahora en torno a "valores nacionales", que no podían provenir de los pueblos mismos (aunque debieran dar esa impresión), sino que debían llegarles a los pueblos desde arriba, desde alguna élite, dentro de un ejercicio de homogeneización y de hegemonización.
Pero lo más curioso de la defensa vargasllosiana de las antiguas nociones de cultura es su ambigua y acaso sólo a medias inocente inutilidad: Vargas Llosa quiere que se mantengan o renazcan esas ideas de cultura porque ellas permiten cierta jerarquización.
Literalemente, se refiere a tres formas de jerarquización: una, que nos permita seguir teniendo claro quién es culto y quién es inculto; otra que nos permita saber qué arte es elevado y qué arte es bajo (o no es arte) y una tercera que nos permita saber qué culturas son superiores y qué culturas son inferiores.
Es decir, lo que Vargas Llosa quiere recuperar son formas de jerarquización que nos permitan llamar incultos a ciertos individuos, bajas a ciertas tradiciones artísticas e inferiores a ciertas culturas.
Con lo que una pregunta se hace inevitable: ¿cuál de esas cuatro actitudes es necesaria o siquiera fructífera?
Mi respuesta: yo creo tener la capacidad de distinguir entre una persona que ha tenido acceso a ciertas formas de educación, que ha sido expuesta a ciertas experiencias estéticas, científicas, y a la que se le han dado las armas intelectuales para enfrentarse a la vida y remontarla, hacerla suya, transformarla, y una persona que no ha tenido esas oportunidades, o las ha tenido en menor medida o ha tenido unas experiencias de tipo muy diferente.
Del mismo modo, me creo razonablemente capacitado para saber cuándo estoy viendo una gran película, o leyendo un gran libro, o viendo una estupenda pieza de danza y cuándo lo que tengo en frente es una tontería, un error, un resbalón o un aborto. Y sí, incluso creo que, al menos en casos polares, tengo cierta capacidad de juicio para decir que hay sistemas culturales más complejos que otros, o más capaces de traer, a quienes viven en ellos, una forma de felicidad en sociedad.
Pero también soy consciente de que en todos esos casos, mi posición de observación puede llevarme a error: sé que no poseer mi forma de juzgar la realidad no vuelve inculto a ningún individuo; sé que una tradición artística completa me puede parecer inatractiva o menor simplemente por mi incapacidad de comprenderla; sé que en el encuentro de dos culturas radicalmente distintas, acaso inconmensurables, decidir la inferioridad de una no sólo puede convertise en un ejercicio arbitrario, sino también en uno abusivo y mortal.
Sé otra cosa: que tanto para alcanzar los juicios en los que confío como para notar los vacíos en que mi juicio puede caer (y caerá), es absolutamente innecesaria una noción elitista, egocéntrica de cultura. Y también sé algo más, algo que quiero exponer brevemente y que describo, de antemano, como un ideal egoísta para luchar contra el egocentrismo de la cultura elitista.
Es esto. Si volvemos a la noción de que existe un gran estándar --la cultura, la "civilización humana" de la que habla explícitamente Vargas Llosa-- y a la vez asumimos, como hace el escritor, que la cultura occidental es "la única que, con todas sus limitaciones y extravíos, ha hecho progresar la libertad, la democracia y los derechos humanos en la historia" (con toda la obvia circularidad de ese raciocinio), estaremos diseñando una suerte de autoritarismo cultural extremo, en el que, en la práctica, la única ruta que tiene el mundo no occidental para volverse parte aceptable de la "civilización humana" es transformarse a su imagen y semejanza.
En cambio, si descartamos tanto la idea del gran estándar como la noción de una sola "civilización humana", estaremos en condiciones, por ejemplo, de permearnos a otras culturas, de aceptar de ellas lo que nos parezca mejor, más funcional, más efectivo, y también, casi irónicamente, más humano.
No digo esto en un sentido naïf; no soy dado a ese tipo de sentimiento: me refiero a la simple practicabilidad de la convivencia; me refiero a que no podemos seguir pretendiendo la globalización a la vez que mantenemos las jerarquías, porque eso equivale a convertir la globalización en una megacampaña colonialista (que en gran medida lo es, tal como se está produciendo): sólo en la medida en que sepamos adquirir lo ajeno, estaremos disolviendo fronteras y eliminando la verticalidad.
Eso es algo que yo nunca sabré hacer sinceramente, abiertamente, desacomplejadamente, mientras no empiece por suponer que mi cultura es tan maleable y debería ser tan porosa y modificable como cualquier otra. Pero para aceptar esto último debo renunciar a la idea de que la mía es el estándar y de que hay una "civilización humana" a la que yo he contribuido más que nadie.
Vargas Llosa mismo debería darse cuenta de que su éxito mundial no se debe a que él escriba como Flaubert y como Victor Hugo (¿a qué francés le interesa saber que hay un Victor Hugo arequipeño?), sino al hecho de que escribe de otra manera, desde otro mundo, con otra cultura corriendo en sus páginas, con algo que los demás, en otros espacios culturales, han sabido aceptar no porque sea idéntico a sí mismos, sino porque es sumamente distinto, porque les muestra otras cosas y los conduce en otras direcciones.
Y ahora, después de todo eso, justamente él, ¿quiere eliminar unas diferencias que pueden transitar horizontalmente para hacerles los honores a las viejas jerarquías verticales y de un centro único? ¿Para qué?
En un artículo reciente, Mario Vargas Llosa afirma que "la noción de cultura" a lo largo de "muchos siglos fue un concepto inseparable de la religión y del conocimiento teológico", y presenta como ejemplo la cultura de la filosofía en Grecia y la del derecho en Roma.
Hace notar luego que, en el Renacimiento, el concepto de cultura "lo impregnaban sobre todo la literatura y las artes" y que después, "en épocas más recientes", dice, desde la Ilustración, "fueron la ciencia y los grandes descubrimientos científicos los que dieron el sesgo principal a la idea de cultura".
De inmediato propone la definición más circular de cultura que me haya sido dado escuchar alguna vez. Escribe Vargas Llosa: "cultura siempre significó una suma de factores y disciplinas que, según amplio consenso social, la constituían y ella implicaba".
Que es como decir que el fútbol es la suma de los elementos que componen el fútbol o de los elementos que el fútbol implica, de acuerdo con un consenso logrado entre quienes saben de fútbol.
Vargas Llosa, claro, tiene en mente cuáles son esos elementos y los enumera a continuación: "la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber".
Antes de seguir habrá que hacer notar al amplitud de esa nómina, que incluye cosas tan generales como "ideas" y "valores". ¿Quiere decir, por ejemplo, ideas políticas y valores morales? Probablemente. ¿Quiere decir también, por tanto, ideas marginales y valores populares? Uno pensaría que sí, pero Vargas Llosa no necesariamente lo cree, pues a continuación dice:
"La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".
Vargas Llosa defiende la idea de que la clasificación jerárquica de la cultura siempre fue "bastante clara" porque "para el mundo entero" no había sino "un solo sistema de valores, criterios cilturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse".
Cabe preguntarse a qué mundo se está refiriendo Vargas Llosa con esa mirada tan herméticamente homogénea: ¿un mundo donde todos comparten exactamente los mismos sistemas de valores, criterios y modos de pensamiento, juicio y comportamiento, sólo que unos individuos hacen progresar esos sistemas mientras que otros "se desentienden de ellos"?
Mi observación es obvia: tal mundo no ha existido jamás: las "razones sociales y económicas" que Vargas Llosa menciona a vuelo de pájaro son más que suficiente asidero para entender que cualquier sociedad presenta quiebres, hiatos y discontinuidades que engendran modos distintos de valoración, juicio y comportamiento; eso, para no entrar al tema evidente de las culturas mestizas, los mundos coloniales, las sociedades hibridas, las formas de dominación, etc.
Según Vargas Llosa, esa utópica unicidad de la cultura fue resquebrajada por la bienintencionada pero degenerante acción de "los antropólogos", que propusieron una idea absurda: que la cultura es "la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora".
Momento de detenerse y regresar al principio para hacerle notar algo a Vargas Llosa: cuando él habla del "concepto" y la "noción" de cultura en la antigüedad griega y romama, en el Renacimiento europeo, en la temprana Ilustración, etc., remontándose veinticinco siglos en busca de la genealogía del término, está, en verdad, inventando esa genealogía: el "concepto" y la noción" de "cultura" que Vargas Llosa atribuye a esos periodos históricos, fueron enteramente desconocidos en aquellos tiempos. Una frase como "el centro de la cultura romana es nuestra tradición legislativa" hubiera sido una frase más o menos incomprensible dicha por alguien en un senado latino en tiempos del imperio.
Sí: Vargas Llosa está intentando dotar a su idea de "cultura" de una historia de la cual carece. La idea de cultura de Vargas Llosa, que no se remonta más allá del siglo dieciocho, podría replantearse de esta manera: "cultura es un corpus de conocimientos, artísticos, humanísticos y científicos, en cuya evolución una élite social tiene ingerencia y agencia constantes y otras parte de la sociedad no".
Y, en ese contexto, "culto" es siempre un adjetivo que sólo se puede adscribir a un individuo que de una forma u otra tiene presencia en (o acceso a) esa élite social. Una idea "culta", y por tanto atendible, sólo puede originarse, así, dentro de ese fragmento de la sociedad. Y ciertamente no puede originarse en un mundo ajeno (por ejemplo, en otro mundo social, es decir, en un pueblo "bárbaro").
A esa noción de cultura es a la que Vargas Llosa se refiere, en verdad, cuando dice que "la noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado". Por ello, a renglón seguido, Vargas Llosa, enumerando los rasgos del nuevo monstruo al que llamamos cultura, incluye los adjetivos "multitudianario y traslaticio".
En efecto: ante una definición estrictamente elitista de cultura, en la que no se reconoce un gran centro único ni la agencia exclusiva de un grupo minoritario y jerárquicamente elevado sobre los demás, todo se hace incómodamente traslaticio (¿qué?, ¿que la cultura está en todas partes?) e inquietantemente multitudinario (¿ah?, ¿y toda esa gente se cree parte de la cultura?). La respuesta de Vargas Llosa es dramática e hiperbólica: "el contenido de lo que llamamos cultura", dice, "ha sido depravado".
Vargas Llosa parte, entonces, de esa definición dieciochesca de cultura y la complementa con el sentido romántico, decimonónico, de cultura: el que se interesó por construir los cánones, las nóminas de los héroes que habían trasnsformado las artes y las ciencias para mayor honra de unas historias nacionales que necesitaban apuntalarse y definirse en la medida en que se iban construyendo los estados-nación; pero que necesitaban también, rápida y efectivamente, instruir al pueblo en una manera de ser "nacional", de modo que quienes alguna vez se nuclearon en torno a señores feudales y luego en torno a coronas y dinastías (o bajo yugos coloniales) se nuclearan ahora en torno a "valores nacionales", que no podían provenir de los pueblos mismos (aunque debieran dar esa impresión), sino que debían llegarles a los pueblos desde arriba, desde alguna élite, dentro de un ejercicio de homogeneización y de hegemonización.
Pero lo más curioso de la defensa vargasllosiana de las antiguas nociones de cultura es su ambigua y acaso sólo a medias inocente inutilidad: Vargas Llosa quiere que se mantengan o renazcan esas ideas de cultura porque ellas permiten cierta jerarquización.
Literalemente, se refiere a tres formas de jerarquización: una, que nos permita seguir teniendo claro quién es culto y quién es inculto; otra que nos permita saber qué arte es elevado y qué arte es bajo (o no es arte) y una tercera que nos permita saber qué culturas son superiores y qué culturas son inferiores.
Es decir, lo que Vargas Llosa quiere recuperar son formas de jerarquización que nos permitan llamar incultos a ciertos individuos, bajas a ciertas tradiciones artísticas e inferiores a ciertas culturas.
Con lo que una pregunta se hace inevitable: ¿cuál de esas cuatro actitudes es necesaria o siquiera fructífera?
Mi respuesta: yo creo tener la capacidad de distinguir entre una persona que ha tenido acceso a ciertas formas de educación, que ha sido expuesta a ciertas experiencias estéticas, científicas, y a la que se le han dado las armas intelectuales para enfrentarse a la vida y remontarla, hacerla suya, transformarla, y una persona que no ha tenido esas oportunidades, o las ha tenido en menor medida o ha tenido unas experiencias de tipo muy diferente.
Del mismo modo, me creo razonablemente capacitado para saber cuándo estoy viendo una gran película, o leyendo un gran libro, o viendo una estupenda pieza de danza y cuándo lo que tengo en frente es una tontería, un error, un resbalón o un aborto. Y sí, incluso creo que, al menos en casos polares, tengo cierta capacidad de juicio para decir que hay sistemas culturales más complejos que otros, o más capaces de traer, a quienes viven en ellos, una forma de felicidad en sociedad.
Pero también soy consciente de que en todos esos casos, mi posición de observación puede llevarme a error: sé que no poseer mi forma de juzgar la realidad no vuelve inculto a ningún individuo; sé que una tradición artística completa me puede parecer inatractiva o menor simplemente por mi incapacidad de comprenderla; sé que en el encuentro de dos culturas radicalmente distintas, acaso inconmensurables, decidir la inferioridad de una no sólo puede convertise en un ejercicio arbitrario, sino también en uno abusivo y mortal.
Sé otra cosa: que tanto para alcanzar los juicios en los que confío como para notar los vacíos en que mi juicio puede caer (y caerá), es absolutamente innecesaria una noción elitista, egocéntrica de cultura. Y también sé algo más, algo que quiero exponer brevemente y que describo, de antemano, como un ideal egoísta para luchar contra el egocentrismo de la cultura elitista.
Es esto. Si volvemos a la noción de que existe un gran estándar --la cultura, la "civilización humana" de la que habla explícitamente Vargas Llosa-- y a la vez asumimos, como hace el escritor, que la cultura occidental es "la única que, con todas sus limitaciones y extravíos, ha hecho progresar la libertad, la democracia y los derechos humanos en la historia" (con toda la obvia circularidad de ese raciocinio), estaremos diseñando una suerte de autoritarismo cultural extremo, en el que, en la práctica, la única ruta que tiene el mundo no occidental para volverse parte aceptable de la "civilización humana" es transformarse a su imagen y semejanza.
En cambio, si descartamos tanto la idea del gran estándar como la noción de una sola "civilización humana", estaremos en condiciones, por ejemplo, de permearnos a otras culturas, de aceptar de ellas lo que nos parezca mejor, más funcional, más efectivo, y también, casi irónicamente, más humano.
No digo esto en un sentido naïf; no soy dado a ese tipo de sentimiento: me refiero a la simple practicabilidad de la convivencia; me refiero a que no podemos seguir pretendiendo la globalización a la vez que mantenemos las jerarquías, porque eso equivale a convertir la globalización en una megacampaña colonialista (que en gran medida lo es, tal como se está produciendo): sólo en la medida en que sepamos adquirir lo ajeno, estaremos disolviendo fronteras y eliminando la verticalidad.
Eso es algo que yo nunca sabré hacer sinceramente, abiertamente, desacomplejadamente, mientras no empiece por suponer que mi cultura es tan maleable y debería ser tan porosa y modificable como cualquier otra. Pero para aceptar esto último debo renunciar a la idea de que la mía es el estándar y de que hay una "civilización humana" a la que yo he contribuido más que nadie.
Vargas Llosa mismo debería darse cuenta de que su éxito mundial no se debe a que él escriba como Flaubert y como Victor Hugo (¿a qué francés le interesa saber que hay un Victor Hugo arequipeño?), sino al hecho de que escribe de otra manera, desde otro mundo, con otra cultura corriendo en sus páginas, con algo que los demás, en otros espacios culturales, han sabido aceptar no porque sea idéntico a sí mismos, sino porque es sumamente distinto, porque les muestra otras cosas y los conduce en otras direcciones.
Y ahora, después de todo eso, justamente él, ¿quiere eliminar unas diferencias que pueden transitar horizontalmente para hacerles los honores a las viejas jerarquías verticales y de un centro único? ¿Para qué?
bueno se dice que la poesia suele ser interpretada de distintas maneras y es válida xq cada mundo interior con sus virtudes y complejos tiene una mirada unica e insutituible ante aquello que lo rodea, pero ud y a partir de este supuesto ensayo (infiero que todo este blog construido con un tiempo inmenso y meticuloso debe ser igual de preciso en esa opinion tan suya de percibir la realidad) solo nos hace recordar cuan puede estar uno lejos lejisimos de lo que se nos muestra en las narices(pero esto el colemo) o de eso que apuntan a mostrarnos y con una punteria de francotirador no esta demas decir, por favor no haga Ud. ensayos sobre las pinturas de Paul Gaugin que a lo mejor encuentra apologias racistas e inspiran al genocidio, pero las gracias se las quiero dar xq no se pierde del todo el tiempo que uno gasta leyendo un blog de esta especie.
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