domingo, 14 de noviembre de 2010


¿Otro país?

Por Mario Vargas Llosa

Originalmente publicado en El País de España

Extraído de La Nación de Argentina

Sábado 7 de julio de 2007 


El departamento de Ica, al sur de Lima, ha experimentado en los últimos veinte años una notable transformación, que ha convertido a buena parte de sus resecos desiertos y candentes arenales en granjas, fundos y chacras modernísimos, dedicados a la agroexportación. Este fin de semana estuve recorriendo algunos de ellos y tuve la sensación de un Perú distinto, bien encaminado, dispuesto al fin a sacudirse las taras del subdesarrollo. Como la falta de agua es el drama tradicional de la costa peruana, el riego en casi todas estas plantaciones se hace por goteo y los pozos han sido construidos, por lo menos muchos de ellos, con asesoría de técnicos israelíes.

Cultivan cítricos, uvas, espárragos, tangelos, alcachofas, paltas y páprika, de la que Perú, debido a la catástrofe que ha significado para Zimbabwe la política del dictador Mugabe, ha pasado a ser ahora el primer productor mundial. Llama la atención la alta tecnología que regula el funcionamiento de estas tierras, en las que, desde la entrada, es preciso desinfectar los zapatos y las llantas de los vehículos, jabonarse las manos, y donde por doquier hay basureros clasificados ecológicamente: papeles, plástico, vidrio.

En las instalaciones donde se empaquetan, catalogan, congelan y embarcan los productos en los contenedores que van al puerto del Callao todo es tan pulcro y ordenado que uno se creería en un laboratorio suizo. "Tanta limpieza y escrúpulo es para que no nos saquen del mercado nuestros compradores europeos y norteamericanos", me explica uno de los ingenieros. En efecto, los fundos reciben periódicas visitas de inspectores ingleses, canadienses, estadounidenses, chinos, etcétera, que vienen a verificar si los productores locales respetan los requisitos estipulados para el cultivo por los supermercados y cadenas comerciales que los adquieren, y, asimismo, que no haya trabajo infantil y que los salarios y las condiciones laborales -horas de trabajo, seguros, baños, movilidad, alimentación- se ajusten a los patrones internacionales.

En medio de toda esta modernidad, un detalle pintoresco y tradicional: en uno de los fundos que visité, como los compradores ingleses no aceptan que se utilicen pesticidas contra los pájaros que vienen a picotear las parras, se recurre a la cetrería para realizar esta tarea. Maestros cetreros sueltan halcones adiestrados que sobrevuelan los campos, espantando a las aves. En otros lugares se las ahuyenta con cañoncitos que sólo disparan explosiones de ruido.

Gracias a la agroexportación, Ica es, probablemente, el único departamento de Perú que goza de pleno empleo. Y, en épocas de recolección y cosecha, los agricultores deben a veces contratar la mano de obra en lugares tan apartados como Ayacucho o Apurímac, en los Andes.

¿El notable desarrollo de Ica refleja lo que está ocurriendo en el resto de Perú? No exactamente. Pero la verdad es que el país vive un período de gran dinamismo industrial y comercial. Los altos precios de los metales, la buena política económica y la relativa estabilidad de las instituciones han permitido un desarrollo de la actividad minera y atrae inversiones por doquier. Capitales chilenos, colombianos, españoles, chinos, norteamericanos acuden a Perú -quién lo hubiera dicho- como a uno de los países más seguros y atractivos para invertir de la región.

Los datos de la macroeconomía no pueden ser mejores: un crecimiento que este año podría ser de 7,5 por ciento, una inflación controlada, reservas de más de veinte mil millones de dólares, cifra que nunca había tenido antes Perú, y una buena imagen del país ante las entidades financieras internacionales, que Estados Unidos acaba de confirmar, levantando los últimos obstáculos para la firma del Tratado de Libre Comercio, que abrirá a los exportadores peruanos el mercado más próspero del mundo. ¿Significa todo esto que Perú avanza ya, por fin, hacia el ansiado desarrollo y modernización, como lo han hecho Chile, España, Irlanda y tantos países asiáticos en las últimas décadas? No hay que llevar tan lejos el optimismo, porque, si bien las cosas que he señalado son alentadoras, hay otras que muestran las enormes dificultades que quedan por vencer, tantas y tan graves que podrían todavía echar por tierra lo alcanzado.

El subdesarrollo es uno de los obstáculos mayores para salir del subdesarrollo, aunque dicho así suene estúpido. Antes, el problema era la falta de recursos. Ahora hay recursos, pero no hay planes, ni infraestructura ni técnicos ni cuadros suficientes para ponerlos en práctica. El canon minero -porcentaje de los beneficios de las empresas mineras que va directamente a los municipios y gobiernos regionales- ha puesto en manos de estas autoridades sumas a veces elevadísimas -decenas, cientos de millones de dólares- que aquéllas no están en condiciones de aprovechar, por carecer de programas y de equipos capacitados. Lo que causa que esos recursos se despilfarren en gastos suntuarios y la corrupción haga de las suyas.

La corrupción es una gangrena de la que no está libre sociedad alguna, pero la diferencia es que en las democracias avanzadas se detecta con más facilidad y se la puede combatir mejor. En las dictaduras y en el subdesarrollo es mucho más difícil, porque ella es el aire natural que respiran esas sociedades en que la ley no es respetada, ya que con frecuencia no es respetable y porque quienes deberían hacerla respetar son los primeros en transgredirla. Uno de los aspectos más negativos de lo que sucede hoy en Perú son los continuos casos de corrupción que denuncian los medios, varios de los cuales han afectado al Parlamento, lo que ha hecho que éste sea una de las instituciones más desacreditadas del país.

¿A cuántos peruanos beneficia de manera visible e inequívoca la prosperidad de que goza ahora Perú? Yo creo que a no más de un tercio. A los dos tercios restantes les llega apenas, porque las estructuras tradicionales, casi intocadas, impiden que exista esa igualdad de oportunidades sin la cual un país no progresa de verdad aunque sus cifras macroeconómicas sean sobresalientes y goce de elecciones libres y libertad de expresión. La educación pública, una verdadera calamidad, condena a una enorme cantidad de peruanos a competir con insuperable desventaja para labrarse un porvenir con los peruanos de clase media y alta que reciben una buena formación escolar y profesional.

Y la falta de infraestructura margina inevitablemente a quien vive y trabaja en el interior, y sobre todo en el Perú rural, en relación con quien lo hace en las ciudades, sobre todo costeñas y, principalmente, en Lima. El famoso derrame llega sólo a cuentagotas a esos sectores y eso, como es natural, desmoraliza y exaspera a los millones de pobres que oyen hablar de una situación excepcionalmente buena para el país y se sienten excluidos de esa supuesta bonanza. A ello se debe, en buena parte, la agitación social continua -huelgas, bloqueo de carreteras, toma de locales- que, tanto en la capital como en provincias, caracteriza a la actualidad peruana.

Pese a todo ello, confieso que estos dos meses que he pasado en Perú me han dejado mucho más esperanzado que en otros viajes. Este sentimiento no se debe tanto a las buenas estadísticas, sino a la sensación de que algo profundo parece haber cambiado en la cultura del país. Habría que ser ciego para no verlo. En tanto que en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador, amplios sectores sociales, por diversas razones, experimentan una regresión, que gana conciencias y corazones para las apolilladas recetas populistas -nacionalismo, estatismo, colectivismo-, mi impresión es que una mayoría de peruanos han enterrado esos lastres y van aceptando, algunos con entusiasmo y otros a regañadientes, que si queremos salir de la barbarie de la pobreza, la ignorancia, la explotación y el atraso, no hay más que una receta en el mundo de hoy: democracia política, economía de mercado, estabilidad jurídica, apertura de fronteras, incentivos para la inversión y el ahorro, respeto de la propiedad e impulso a la empresa privada.

La notable transformación del presidente Alan García, que, en buena hora para Perú, hace ahora exactamente lo contrario de lo que hizo en su primer gobierno, es expresión y consecuencia de esa evolución de una considerable parte de la opinión pública hacia el realismo y gradualismo que caracterizan a la cultura de la libertad. Por primera vez en mucho tiempo, intuyo -con palpitaciones y tocando madera- que, después de tanto tiempo de andar a remolque, Perú podría pasar a ocupar un puesto de vanguardia en el contexto latinoamericano.

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