domingo, 14 de noviembre de 2010


1995: El doble rasero de Mario Vargas

GranComboClub
Por Silvio Rendón
Publicado el 04-11-2008


Mario Vargas Llosa ha sido muy enfático en afirmar a la literatura como una serie de mentiras que expresan realidades más sutiles y profundas que las discernibles a primera vista (ver La verdad de las mentiras).
¿Qué quiere decir que una novela siempre miente? No lo que creyeron los oficiales y cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, donde —en apariencia, al menos— sucede mi primera novela, La ciudad y los perros, que quemaron el libro acusándolo de calumnioso a la institución. Ni lo que pensó mi primera mujer al leer otra de mis novelas, La tía Julia y el escribidor, y que, sintiéndose inexactamente retratada en ella, ha publicado luego un libro que pretende restaurar la verdad alterada por la ficción.
Si la tía Julia se queja por la forma en que ella es representada en “La tía Julia y el escribidor”, Mario Vargas Llosa la presenta como una desubicada que no entiende que se trata de una ficción; es literatura y por definición ésta tiene que ser ficticia. Si alguien critica la forma falsa en que se presenta algún hecho registrable en la obra vargasiana, resulta que esa persona no sabe de qué está hablando pues el escritor se toma licencias válidas para tergiversar la realidad a su antojo, como cuando un escultor juega con la arcilla.
La ficción es un sucedáneo transitorio de la vida. El regreso a la realidad es siempre un empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos. Lo que quiere decir que, a la vez que aplacan transitoriamente la insatisfacción humana, las ficciones también la azuzan, espoleando los deseos y la imaginación.
Bueno fuera que el escritor aplicara este criterio coherentemente a otros escritores, en la misma forma en que se lo aplica a sí mismo. No es así, lamentablemente. En “La utopía arcaica” (FCE, 1996) encontramos:
La originalidad de Arguedas consistió en que, al tiempo que parecía describir la sierra peruana, realizaba una superchería audaz: inventaba una sierra propia.
(…)
Observada de cerca, la pintura de la injusticia en sus relatos no es precisamente realista. p. 87.
A continuación Vargas Llosa explica la biografía de Arguedas y los traumas de su niñez a manos de su madrastra y hermanastro y afirma que este último “se convirtió en el responsable de sus desgracias y, en cierta medida, de las ajenas”. Especula Vargas Llosa:
Los rasgos demoniacos del misti de los cuentos de Arguedas deben menos, seguramente, a los modelos vivos de gamonales serranos que conoció en sus años serranos, que a ese ‘demonio’ de su niñez, a los sentimientos de amargura y rencor que le inspiraba quien le arrebató la inocencia, lo maltrató e hizo de él – hijo de misti – un pongo. p. 89.
Y a continuación señala que la crueldad gamonal, en particular sobre los niños y sobre los animales, sería una magnificación de Arguedas, quien habría creado una “realidad ficticia”, en base a su propia frustración de la niñez.
Bueno, si alguien de autoridad similar a la del escritor y ex-candidato presidencial hubiera vertido conceptos similares sobre hechos frustrantes de la niñez de Mario Vargas Llosa como origen de su obra, ¿qué habría dicho Mario Vargas Llosa? Seguramente que se trata de un enfoque equivocado, ignorante de “la verdad de las mentiras” propia de la literatura. En este trabajo, dedicado completa y casi obsesivamente a José María Arguedas, Vargas Llosa no se luce por aplicar los conceptos que tan indulgentemente se aplica generalmente a sí mismo. Es un caso de doble rasero..

En este punto conviene recordar que la crueldad gamonal sí existió y no fue una invención o magnificación fruto de la “amargura y rencor” de Arguedas, por la niñez robada.

En posts como 1960s: El Perú feudal he recogido algunas evidencias que parece que se han ido olvidando, incluso por gente que vivió esa época y sí dijo algo para que cambie esa realidad feudal como el mismo Mario Vargas Llosa. Se trató de condiciones de vida terribles, donde mucha gente sufrió abusos en su niñez, adolescencia, juventud, adultez y vejez.

En este post el autor cuenta, por ejemplo:
Recuerdo a mi abuelo contando como después de la represión su tutor los llevo a ver los resultados: cadáveres de indios abaleados tirados en tierra, apilados para ser enterrados; caporales al servicio de la familia o tal vez la guardia civil habían respondido como sabían hacer, a balazo limpio y un puñado de indígenas muertos coronaban la jornada.
Pero las balas no eran el único método, un peón era un bien valioso para las haciendas, tanto o más que las vacas, así que se buscaban métodos menos destructivos para ponerlos en vereda. Por ejemplo mi abuelo contaba como se disciplinaba a los naturales: una argolla en el techo, las manos atadas y látigo con el infractor hasta que purgue su crimen, ¿cual era?, responder mal, no cumplir ordenes, perder un animal, lo que sea. Más que castigar un crimen el fin era atemorizar.
Arguedas es un caso particular entre mucha gente. Y al fin y al cabo el escritor andino no está tergiversando mucho las cosas, al menos no en señalar la crueldad gamonal, que en 1995, cuando Mario Vargas Llosa escribe “La utopía arcaica”, puede parecer inverosímil. Pero hubo cosas así, que van quedando ocultas, negadas o endulzadas por discursos como el de Vargas Llosa. Rendón Willka fue expulsado de la escuela a latigazos en la cabeza, como cuando el gamonal Romainville en La Convención hizo demoler la escuela de los peones de su hacienda o la maestra contratada por los campesinos fue obligada a trabajar de cocinera en la casa-hacienda, para finalmente ser expulsada. Verlo en 1960s: las barreras a la acumulación de capital humano. Las esposas e hijas de los peones eran sistemáticamente violadas por el gamonal y sus hijos. Si Arguedas se quedó traumado por ser testigo de esas violaciones, pues en el Perú hubo muchos Arguedas, cuya experiencia no tiene por qué ser deslegitimada. Por el contrario, si algo hizo Arguedas es dar voz a esos sufrimientos silenciosos. Ejerció su libertad individual creando ficciones literarias, como también hizo Vargas Llosa. Cada uno soltó sus demonios a su manera. No es para que ahora uno le venga a lanzar la primera piedra al otro con un argumento así, el del rencor y amargura personal.

En fin, en ese libro Mario Vargas Llosa no le deja un hueso sano a José María Arguedas. Por ejemplo, resulta que Arguedas es un autor inseguro, porque por ahí escribió algo entre comillas, “ternura”, con lo cual Arguedas subestima y restringe la libertad del lector. Es un comentario barato. Acaso Marco Aurelio Denegri tenga más sustancia en sus críticas al mal uso del lenguaje por el político-escritor. Pero claro, si Vargas Llosa le critica el estilo a Arguedas, ya era hora que se desmitifique a Arguedas; si Denegri hace lo mismo con Vargas Llosa, qué puntilloso, posiblemente, qué envidioso, qué mala leche.

Lo mismo ocurre con el diálogo de los ricos del Perú que se frotan las manos porque evitarán que el Perú se desarrolle, en “Todas las sangres”. Efectivamente, se trata de un diálogo misio, desprolijo, estereotipado. Podríamos compararlo con el logrado diálogo entre Joaquín y su padre, de Jaime Bayly, mucho más realista, con conocimiento desde dentro de cómo son las clases altas en el Perú, cosa que Arguedas no tenía. Pero finalmente es un diálogo igualmente descarnado, despectivo, cínico, que tal vez en veinte años ya no parezca verosímil. Igual, Arguedas es el panfle y Bayly es el sutil…

Hubiera sido interesante y constructivo hacer una lectura más balanceada de Arguedas, aplicándole exactamente el mismo estándar que Vargas Llosa se aplica a sí mismo. Habríamos visto cómo la ficción arguediana enriquece nuestra existencia y la completa, y más literalmente en palabras de Vargas Llosa:
(…) sólo vivimos de a mentiras.
Es un derecho que debemos defender sin rubor. Porque jugar a las mentiras, como juegan el autor de una ficción y su lector, a las mentiras que ellos mismos fabrican bajo el imperio de sus demonios personales, es una manera de afirmar la soberanía individual y de defenderla cuando está amenazada; de preservar un espacio propio de libertad, una ciudadela fuera del control del poder y de las interferencias de los otros, en el interior de la cual somos de veras los soberanos de nuestro destino.
De esa libertad nacen las otras.
Una forma generosa de ver las cosas que se echa de menos en el análisis vargasiano de Arguedas…

PS. Y podríamos seguir con los dobles raseros. Si Bayly escribe sobre confidencias de quienes lo rodean, como en “No se lo digas a nadie”, es un infidente; si Vargas Llosa escribe sobre confidencias de quienes lo rodean, como en “La tia Julia y el escribidor”, qué buena ficción que se puso. Sin embargo, posiblemente, el mismo Vargas Llosa haya dado el ejemplo y sentado el precedente para lo que después hizo Bayly (1)….
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(1) La versión original de “No se lo digas a nadie” habría incluído una escena comprometedora entre el protagonista, Joaquín, y el hijo de un prominente escritor que también fue candidato a la presidencia. Este último aludido, a pesar de que se trataba de una ficción, habría hecho valer su influencia en la editorial donde iba a salir la obra del escritor y periodista televisivo para conminar a éste a retirar esa escena, o el libro no salía publicado. Al escritor y periodista no le quedó otra que acceder a la mutilación de su obra. Así es como funcionaría en la práctica la libertad del escritor y “la verdad de las mentiras”…. (Es un dato al cual habría que tenerle “convicción relativa”….aunque tirando a absoluta.)

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