Caretas 1964
Escribe: César Lévano
Europa reconoce como gran novelista a este muchacho peruano
Mientras vivía con su esposa (Julia Urquidi) en un sétimo piso sin ascensor de un hotel de París, escribió lo que Roger Caillois ha llamado “una de las obras maestras de la literatura española en los últimos veinte años” (“La Ciudad y los Perros”)
Corría 1953. En el hoy destruido café “El Patio” charlaban varios redactores de “Letras Peruanas”. En eso apareció Jorge Puccinelli, el director, en compañía de un desconocido. “Les presento a un escritor nuevo”. Era un mozo de sorprendente aplomo, físicamente vigoroso. Podía tener 25 años. Comenzó a leer unas cuartillas.
“Un cuento muy simple”, pensaron los oyentes. Había allí una mujer misteriosa, de esas que cambian una vida. Una visión, una voz, un perfume; algo que no muere. Más el relato tenía mucho de perecedero. No hubo elogios ni críticas. La charla se reanudó apenas terminad la lectura. Se habló de una pieza de teatro que acababa de ser estrenada.
Diez años después, el escritor novel se ha colocado de golpe y porrazo entre los grandes escritores de nuestro tiempo. De su obra “La ciudad y los Perros” ha escrito el poeta y crítico español José María Valverde: “es la mejor novela de lengua española desde Don Segundo Sombra”. El New York Times la acaba de comentar en forma destacada. Una editorial europea la ha editado en holandés, y se preparan versiones en inglés, francés, alemán. El poeta británico Alistair Reid comunicó durante su reciente visita a Lima que está gestionando en Londres una adaptación cinematográfica.
Y todo esto, aunque parezca mentira, cuando el muchacho que diez años atrás parecía tener 25, acaba de cumplir los 28 años de edad.
PRIMERAS ARMAS
En mayo del año pasado, la revista “Siempre”, de México, publicó una entrevista que el escritor Luis Mario Schneider hizo a Vargas Llosa en París. Allí, en el tercer piso de la rue de Tournon, frente al departamento que habitara Gerard Philippe, el joven novelista dijo: “siempre existe una experiencia personal de base en toda creación literaria. Pero yo no he contado una aventura vívida, sino una ficción. Mi vocación es literaria, y la autobiografía pertenece a la historia, que narra hechos verídicos. A un novelista solo puede exigírsele hechos verosímiles; cuando es realista, claro está”.
Aunque nada le faltaba en su hogar, una imperiosa vocación le llevó, a los trece años de edad, a colaborar en el diario “La Industria”. Por ese tiempo era hasta amigo del Prefecto, y se cuenta que junto con éste realizaba algunas visitas nocturnas a las casas de las belles de nuit….
Tras hacer sus primeras armas en el gran escenario del mundo, vino a Lima. Acá ingresó al Colegio Militar Leoncio Prado, que le suministró materia prima y escenario para “La ciudad y los perros”. Justamente, una foto del colegio publicada en la primera edición de su novela dio pié para que la censura franquista retirara algunos ejemplares, no de las librerías –no se atrevió a tanto- sino de los almacenes de la gran editorial Seix Barral.
Durante el año que estudió en el Colegio Militar, Vargas Llosa, contrariamente a lo afirmado por el director, no fue una calamidad como estudiante. No pasó, es cierto, de una decorosa medianía. Pero ¿desde cuándo es requisito para ser notable el haber sido un niño modelo en el colegio? ¿No recordamos el paralelo que ya hacía Martí entre el alumno número uno que de tan perfecto llegó a Alcalde de su pueblo y el mataperro que andando el tiempo se convirtió en “sir Walter Scott del universo entero”?
UNA EDAD VIOLENTA
Cuando salió del Leoncio Prado, el futuro novelista se inscribió en el Colegio La Salle. Ingresó más tarde a San Marcos, donde se doctoró en Letras con una tesis sobre Rubén Darío. Allá por 1952, cuando era casi un niño, estrenó su obra teatral “La huída”. Estudioso de la filosofía y la estilística puede decirse que su estilo directo y claro brota de un dominio completo del idioma. Su arte se basa en una excelente artesanía verbal.
En sus años de estudiante estudioso, Vargas llosa asombró a sus amigos por su extraordinaria capacidad de trabajo. El crítico Abelardo Oquendo que en un momento, Mario había acumulado siete puestos. Se acababa de casar sin tener un centavo y esto le obligaba a reunir cuantos soles pudiera. Era, así, secretario de Raúl Porras para un trabajo de investigación histórica. Escribía para Radio Panamericana unos libretos relacionados con las sesiones del senado. Hacía crítica literaria para “La Crónica”. Elaboraba para la Beneficencia Pública unos ficheros a fin de catalogar a los difuntos ilustres. Realizaba traducciones en la Agencia France-Prese. Etcétera.
Cada vez que el trabajo le dejaba un rato libre, escribía. De aquellos tiempos data “Los jefes”, el cuento que más tarde dio título a su primer libro, impreso en España.
Casi en todos los relatos de ese volumen se pinta una adolescencia colectiva. Colegiales deseosos de probar su fuerza contra la corriente del colegio o del océano. La gran energía sin objeto de los rebeldes sin causa de nuestra edad violenta.
LOS LAURELES
En 1958, la “Revue Francaise”, de París, convocó un concurso para premiar el mejor cuento peruano. Con “Arreglo de cuentas”, Vargas Llosa ganó un viaje a París y la publicación del relato.
Poco después recibió una beca para España, donde ganó otro premio destinado a cuentos en castellano. “Los jefes” fue editado de resultas de ese galardón.
Luego se trasladó a Francia. Trabajó allí en la France-Presse y en la radiodifusión francesa. Este último empleo, que era el que más le rendía económicamente, tenía que desempeñarlo de diez u once de la noche a tres o cuatro de la madrugada. En esos días, su novela “La ciudad y los perros” avanzaba muy lentamente: dos o tres horas al día, y sobre todo los domingos. Durante un tiempo trabajó asimismo en la academia Berlitz enseñando castellano a los españoles (tenía que enseñar el empleo del “vosotros” y, con grandes esfuerzos y muchas risas, la diferencia entre la “c” y la “z”).
En 1962, mientras residía en París, ganó el Premio de la biblioteca breve de Seix Barral. Por esos días, “La ciudad y los perros” todavía llevaba el título de “Los impostores”. Ese triunfo, obtenido entre 81 novelas concursantes de diversos países de habla española, le abrió las puertas grandes de la fama europea y mundial. Fue una gran hazaña, alcanzada a los 26 años de edad. Gracias a ese triunfo pudo concursar por el Premio Formentor, que se discierne al mejor escritor publicado en Europa durante el año.
El Formentor no le fue otorgado; pero hoy se sabe que primaron para ello una serie de cábalas en que el negocio editorial habló más fuerte que el interés puramente literario. Autoridad tan alta como Julio Cortázar le escribió al respecto: “era elemental que te dieran el premio, y me consta que no te lo han dado por razones que poco tienen que ver con la literatura y mucho con ese mundo asqueroso en que se hacen y deshacen los poderes de la tierra”.
Más ya es bastante mérito haber sacado tres de los siete votos de un jurado compuesto por algunos de los críticos más notables del planeta.
UNA NOVELA GIGANTE
Dijo Schneider, en mayo del 63: “Perú, dominado por una casta militar, vive en las páginas de “Los impostores”. Se refería al libro que ahora acaba de llegar a Lima, y que, gracias a las protestas peruanas, escapó a las iras de la inquisición española.
Es ésta una novela cuya profundidad dramática ya ha sido abundantemente comentada en el Perú. Lo que pocos saben es que Vargas Llosa acaba de terminar su segunda novela, un mastodonte de 834 páginas organizadas en quince capítulos. Cuando dio remate a este trabajo, escribió a Abelardo Oquendo esta frase reveladora: “Hoy terminé, terminé, terminé la novela a las siete en punto de la noche. Las dos puntas del caos se cerraron. ¡Chimpum-Callao!”. Son, para repetir la expresión la expresión de José Carlos Mariátegui, las palabras de un gran creador.
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