"Por cada elogio recibirás dos insultos", le dijo una vez Pablo Neruda a Vargas Llosa. Ignoro si esa proporción se haya cumplido, pero sé en cambio que pocos escritores de nuestro tiempo han sido tan gratuitamente calumniados, o sus ideas tan dolosamente distorsionadas, como Mario Vargas Llosa. Si uno se descuida escuchará que el autor de La ciudad y los perros es un autoritario, que el autor de La guerra del fin del mundo es un conservador, que es un militarista el autor de La Fiesta del Chivo. Yo he escuchado todas estas variaciones de un mismo tema: Vargas Llosa como hombre de derechas (en el mejor de los casos) y como reaccionario peligroso (en casi el peor). La única manera de explicarse el asunto es recordando a Borges, para quien la fama era quizá el peor de los malentendidos, salvo que la fama no puede explicar por sí sola las prestidigitaciones que hacen sus enemigos para convertir a Vargas Llosa en lo que no es ni ha sido nunca. Pero ahí están sus textos para contradecirlos. Salvo que los detractores de Vargas Llosa no suelen leer a Vargas Llosa, un poco como aquellos que se negaban a creer en los descubrimientos cósmicos de Galileo, pero también se negaban a mirar por el telescopio para comprobarlos.
Porque pocos como Vargas Llosa han defendido las ideas que la mejor izquierda ha reclamado tradicionalmente para sí. Que yo recuerde, no hay otro novelista de su generación que haya defendido con tanta terquedad la libertad del individuo, o que tanto haya defendido al individuo frente a las mil fuerzas que lo amenazan diariamente. Vargas Llosa se ha enfrentado a toda forma de autoritarismo, desde el que ejercen los Gobiernos del signo que sea hasta el que practica, con tan dañinos resultados, la ubicua Iglesia católica. Y no hablo de sus novelas, que son formidables alegatos contra todas las formas de poder (público pero también íntimo). Hablo de sus columnas y sus ensayos y sus discursos, donde Vargas Llosa ha defendido el derecho de las mujeres a abortar, la igualdad para los homosexuales, la legalización de la droga, y donde ha atacado los nacionalismos de todo tipo y los recortes a la libertad individual, cualquiera que sea su justificación. Frente a otros escritores latinoamericanos de su rango, Vargas Llosa no ha considerado que la libertad de expresión o la integridad personal puedan violarse si el que la viola se dice socialista, ni que el despotismo militar sea aceptable si se produce en nombre de un ideal noble, de un futuro mejor o de una sociedad perfecta. Al contrario que tantos otros, Vargas Llosa nunca ha considerado que las ideologías sean más importantes que los hombres. La vida de una sola persona humana, recordaba Vargas Llosa que decía Camus, es más valiosa que cualquier idea. Y así ha vivido.
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