viernes, 5 de noviembre de 2010


Mario Vargas Llosa, ese amigo de Aznar

El Nobel de Literatura

Fuente: Tiempo Argentino

Publicado el 13 de Octubre de 2010


Sin chauvinismo, esperábamos que “la literatura” –si fuera que su importancia se midiera por los galardonados con el Premio Nobel– tuviera seriamente en cuenta la obra de un Juan Gelman, saltándose, cosa imposible, la ideología liberal ¿conservadora? del sempiterno jurado que reina en Suecia. Deseos fundamentados, sin argentinidad, que casi nunca –y mucho menos en el fanatismo– es sana.

Pero no, Gelman no. Al final de cuentas ocurrió lo que debía ocurrir cuando en todos los órdenes de la vida hay que empujar, a como dé lugar, para que la derecha recupere cuanto resorte de poder se le haya escurrido entre las manos, especialmente en la última década y media. Cuestión, “esa” del poder, a la que don Vargas Llosa –premiado, esta vez, sí o sí– sabe oponerle, según su necesidad, un zigzagueante lenguaje literario “apolítico”: algo así como la divinidad del anarco individualismo, siempre que el zigzag no atente contra su propia postulación a presidente, como lo hiciera años atrás en su Perú natal.

O siempre que no entorpezca sus diatribas políticas o sus alabanzas idealistas al cómo debiera ser esta globalización que en lo concreto está más en manos de sus amigos que de sus enemigos.

Cuando peleó por la presidencia de Perú, don Vargas Llosa –con menos literatura y más acción política– acarició en encendidos discursos los postulados de ese liberalismo que, aunque edulcorado, ha sido, y lo seguirá siendo, letal para los intereses y derechos de las grandes masas. Levantó la voz en palcos y balcones, peleando por el poder político, del cual abjura si lo ejercitan otros, porque aunque no lo diga todos los días su llamamiento descarnado a confrontar con el poder es –reiterémoslo- la agitación del purismo y la moralina, disfrazados de ética y moral.  

¿Quién no sabe por estos días, en la geografía latinoamericana, del daño que las políticas liberales/neoliberales han causado a nuestros pueblos? Hablamos de genocidios, de hambre, de miseria, de saqueos imperiales, de robos de tierras y futuros, don Vargas Llosa. Es bueno, por encima de Conversación en La Catedral, La Fiesta del Chivo, Pantaleón y las visitadoras, o del novísimo El Sueño del celta, no perder de vista al Vargas Llosa de la prosa “exquisita”, tan amigo del periodismo “que me enseñó tanto”, como de José María Aznar, el lider ideológico del Partido Popular de España, continuidad del franquismo por otras vías. 

Interesante y necesario no perder de vista a don Vargas Llosa en su totalidad, con puntos y señales, como ese perfil de hombre “mapeado” que luce la portada de su nueva obra. No está nada mal acercarle la lupa a don Vargas Llosa para no caer en la acostumbrada trampa de la disociación que hace ver al “héroe”, satisfecho por “su” Nobel, ensombreciendo, o, lisa y llanamente, ignorando en el análisis al liberal que refunfuña frente a los crímenes de Wall Street, como si estos fueran eslabones perdidos de la cadena y el grillete que cuelgan del cuello de sociedades enteras, condenadas a la ignorancia y la miseria, a raíz de los planes trazados y aplicados por “libertarios” y “demócratas”.

Sí, escribe bonito Vargas Llosa, ese que, por obra de ninguna casualidad coincide en los coloquios del pensamiento político y las usinas ideológicas con José María Aznar, amigo de George W. Bush, y cerebro –por más pequeño que fuera– del tramado que derivó en la invasión a Irak, dejando –hasta hoy– más de 1 millón de muertos y 4 millones de exiliados. Ninguna confusión ideológica, más allá de que sus “amigos de las letras” sostengan que es un hombre “gratuitamente calumniado” y sigan sin entender aquella sentencia con que Pablo Neruda se despachó para con don Vargas Llosa hace unos cuantos años: “Por cada elogio recibirás dos insultos.”
   
En este tiempo, en que se nos inunda de tanto Vargas Llosa, por sus novelas, sus cuentos y poemas, puede parecer imprudente e improcedente animarse a señalarlo con el dedo allí donde se esconde su esencia, no tanto la del escritor. Allí donde se hace inocultable su refinado decir reaccionario, del que se jacta por el hecho de no callarse ante nada y ante nadie. Su don, que lo enorgullece, como acostumbran a enorgullecerse de sí mismos aquellos impúdicos que aprueban y desaprueban las forzadas marchas de los proyectos colectivos, asociándolos a obligaciones impuestas por el totalitarismo.

Para don Vargas Llosa, como aseguran sus “amigos de las letras”, el individuo ante todo, incluso por encima de las dificultades sociales más exigentes en la lucha por una vida digna para todos, entre justicia y libertad. Fácil de lengua políticamente destructiva, don Vargas Llosa. El mismo de la innegable imaginación creativa en los altares de la literatura. Intelectual sabio en el decir lo que otros deben hacer. Con lo complejo de su pensamiento mágico y el simplismo egoísta de todo “constructor” de sociedades abstractas, don Vargas Llosa se presenta, nos lo presenta la crítica “especializada”, interesada y también la desmemoriada, como un ejemplo en la esfera de la literatura y, al mismo tiempo, aprovechando el viento a favor de sus días de gloria, y no tan entre líneas, nos lo anteponen como un espejo donde mirarnos política e ideológicamente. A tal punto que unos cuantos “literatos” que profesan el liberalismo –en toda su extensión y sin límites– se sienten criticados porque se critica, o se revela, a don Vargas Llosa como un liberal a cabalidad, con todo lo que ello implica: y no necesariamente para bien. “Literatura o muerte.” O sea, no hablemos de aquello que desacralice a don Vargas Llosa, mientras, sí sus fans de las letras se atribuyen, y le atribuyen, el total de las palabras, incluidas las del “mundo de la política”.   En síntesis, una inteligente mixtura, si no fuera que por lo burdo del ejercicio de márketing ideológico, el aire, también en esta ocasión, huele a azufre. <

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