sábado, 27 de noviembre de 2010


Entrega política de Mario Vargas Llosa

TESTIMONIO
Por: Raúl Ferrero Jurista
Jueves 4 de Noviembre del 2010

Conocí a Mario a mediados de 1965, cuando lo invitamos como conferencista a la Asociación Jueves, y ya destacaba nítidamente por su brillante pluma.

Pero no sería hasta fines de 1988 que lo traté con mayor cercanía, cuando siendo decano del Colegio de Abogados de Lima (CAL) me invitó a formar parte del movimiento Libertad, que él había creado con un grupo de destacados independientes.

No pude asentir entonces por el compromiso que había asumido en el cargo gremial. Solo poco después de finalizado mi mandato, en enero de 1989, acepté incorporarme y pasar a integrar el grupo cercano que se reunía diariamente con él y Patricia, en forma metódica, a las 8 am. para coordinar planes y acciones.

A pesar de su inmenso prestigio, que rebasaba las fronteras nacionales, encontré que seguía siendo el hombre sencillo, franco y claro de siempre, a lo que se agregaba una actitud decidida de incursionar en la política, para avanzar hacia la modernidad que el país requería y así superar la crisis en la cual se encontraba sumido. Él ya había dado la batalla contra la estatización de la banca, con valentía y coraje. Nosotros, desde el CAL, acompañamos la lucha contra la intervención del sistema financiero con argumentos jurídicos, oponiéndonos al intento que se logró frustrar, y el invalorable aporte de Valentín Paniagua, presidente de la Comisión de Constitución de nuestra institución.

El ingreso de Mario a la política fue una experiencia inédita en nuestra historia. Un literato de renombre internacional entregaba lo mejor de sus esfuerzos y desvelos para transformar nuestro país desde la maquinaria del poder político. Su inmersión a la causa modernizadora la hizo con total dedicación y sin medias tintas, como ha sido siempre su estilo.

Habló con claridad y absoluta sinceridad de cómo el país debía recoger los basamentos económicos de libre mercado y apertura comercial que habían triunfado en los países desarrollados, pero sustentados a su vez en los principios de libertad y legalidad, con el absoluto respeto del sistema democrático que constituye su sustento ético.

Cuando mencionó la necesidad de retirar al Estado del rol empresarial que había asumido –sin éxito– desde el gobierno del general Velasco, los estatistas le salieron al frente aunque sin argumentos de peso, pero sí efectistas, que impactaron en cierto sector del electorado.

En respuesta, Mario comenzó a recorrer todo el país. Nosotros somos testigos de excepción de la forma tan disciplinada como organizada en que se desplazaba por costa, sierra y selva con su prédica no siempre comprendida, pero que lentamente lograba ser escuchada por todos los estratos sociales del país. Recuerdo que cuando por primera vez lo acompañamos a Puno y Pucallpa, su mensaje modernizante era recibido con sorpresa y dudas. Poco a poco logró hacerse entender por la ciudadanía, lo que motivó que las fuerzas antagónicas sumaran esfuerzos para descalificar sus propuestas, a pesar de la aceptación que iban ganando.
Él siguió viajando dentro del país y cuando no podía estábamos los demás en su entorno para hacerlo, supliendo su ausencia con nuestro mejor esfuerzo proselitista. Desafortunadamente, el gobierno de entonces no comprendió el mensaje que enarboló y pasó a engrosar las filas de quienes querían impedir su triunfo, como finalmente sucedió. Los opositores eran renuentes a entender que el Estado debía concentrarse en brindar principalmente buenos servicios de salud, mejorar la enseñanza pública, reforzar la policía, luchar contra el terrorismo y la pobreza, y no competir con el sector privado en áreas que este puede hacerlo por su cuenta y riesgo.

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