domingo, 6 de septiembre de 2009


Mario Vargas Llosa y la guerra por el Nobel

Escrito por Roberto Bustamante www.elmorsa.pe/
Fecha de publicación: 21 Oct, 2008

Cada año, a inicios de la primavera, en el Perú siempre es lo mismo: Que se acerca el Nobel, que Mario Vargas Llosa tiene oportunidad de ganarlo, que no se lo van a dar porque es de derecha, que los suecos son socialistas, que si no se lo dan qué da porque tampoco se lo dieron a Jorge Luis Borges. Apuestas van y apuestas vienen. En todo esto no falta algo de orgullo patrio y poder decir que, así como Chile tiene dos premios de la Academia Sueca para dos poetas suyos (Gabriela Mistral y Pablo Neruda), acá podríamos tener el nuestro.


(Ironías del destino. Mario Vargas Llosa, a diferencia de sus seguidores en suelo nacional, denosta todo el tiempo de patriotismos y nacionalismos. Las vueltas de la vida).

¿Cuál es el criterio del Nobel? ¿Es una suerte de Óscar al mejor escritor de nuestros tiempos o se premia algo más? Justo sobre ello, escribieron Enrique Sánchez (en el renovado suplemento El Dominical, con nuevas secciones, que, dicha sea la verdad, aligeran un poco una publicación que gustaba por su sabor tradicional y conservador en el diseño) y Alfredo Vanini (en el suplemento La República). Acá, un frente a frente:

El asunto no es para menos. La manera cómo se decide dar un Nobel es uno de los secretos mejor guardados del mundo, aunque algunas veces algo se ha podido saber. Hay setecientas personas e instituciones en todo el mundo a los que la Academia Sueca les pide candidatos. De aquí se criban nombres hasta obtener unos doscientos postulantes. Luego, un grupo de cinco académicos reduce la lista para que, después, sea vista por el pleno, compuesto por 18 académicos. ¿Qué razones se esgrimen? Aparte de las literarias, por lo que se ha visto, abundan las consideraciones geográficas, políticas, de género y hasta las personales. [...]

Un termocéfalo de la Academia Sueca, Kjell Epsmark, está por publicar en español un indiscreto libro sobre el asunto. Epsmark, seguro cansado de hacerse el sueco, fue presidente del Comité Nobel en los ochenta. O sea no es poca cosa. Él atribuye los discutidos fallos de la Academia a la laxa interpretación de un “testamento poco claro”. Se refiere al testamento de Alfred Nobel, el adinerado inventor de la dinamita, que cedió su fortuna a estas distinciones. Nobel, antes de morir, pidió que se premiara al escritor cuya obra fuese “lo mejor en sentido ideal”. Sobre semejante cosa la Academia jamás se ha puesto de acuerdo, al punto de que alguna vez avivó el escándalo al premiar, en 1953, a Sir Winston Churchill, cuya actividad en la escritura fue muy discreta, o a Bertrand Russell, filósofo. Muchos otros premiados, por su parte, apenas son recordados por la historia literaria; para empezar el poeta galo Sully Prudhomme, el primer gratificado en 1901. (Enrique Sánchez, Cómo se cocina un Nobel).

Paralelamente, Vanini explora un poco el sentido ideal de Alfred Nobel. Veamos:

Una parte a la persona que haya producido la obra más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura (…)”. Dos ideas principales: una general, “mayor beneficio a la humanidad”, y otra particular, “obra literaria de tendencia idealista”. Clarísimo. No es un premio para el escritor que más vende, o para el que más entretenidas historias cuente. Ni para el más simpático, ni para el más comprometido políticamente.

Tampoco dice nada respecto a la calidad literaria, aunque admitamos que el hecho de posar el dictamen sobre los hombros de los académicos de su país otorga un carácter doctoral a las decisiones. [...]

Acaso tanta batahola respecto al Nobel se deba a que, en estos últimos años, solo reconocemos como grande a la literatura escrita por los grandes escritores, lo cual es triste si lo pensamos un poco. Y por esta razón es que algunos vienen reclamando a gritos un Nobel para Vargas Llosa, lo cual es aún más triste. Y no sólo porque está cada vez más lejos de él, sino porque además no se lo merece. No, según las consideraciones de don Alfred Nobel que la Academia sueca debe cada año escrupulosamente respetar.

Más bien, si pensamos en un escritor peruano, magistral narrador, que expresaba mediante el lenguaje su deseo fundamental de posibilitar la utopía de una sociedad ideal y de una humanidad compartida en una tierra común, un nombre surge de inmediato: Arguedas, pero ¿quién se atrevería a afirmar que, más que Vargas Llosa, es José María Arguedas quien hubiese recibido el Nobel de vivir hasta hoy? Es sin embargo una verdad irrefutable. (Alfredo Vanini, Le Clézio, un justo Nobel).

Interesante. Y claro, ahora Mario Vargas Llosa no quiere responder cuando se le pregunta por el Nobel. Y encima ayer Bayly se le va encima ayer:

Y luego Mario le dice a mi amigo Pedro Salinas en una entrevista reciente: Bayly es inteligente y agudo, pero algo payaso. En efecto, puede que en ocasiones yo sea algo payaso (o divertido, según quien me juzgue), como Mario es a menudo algo solemne, pomposo y aburrido, por ejemplo en aquella obra de teatro que vi en Guadalajara o quejándose de la cultura del espectáculo, cuando él mismo hace de su vida un espectáculo incesante. Porque si tanto le molesta la cultura del espectáculo, que se recluya en una casa de campo y deje de exhibirse ante las cámaras de todo el mundo (que es una parte de la cultura del espectáculo, aquella que lo glorifica, que no parece irritarle tanto). (Jaime Bayly, El escritor y el payaso).

Uh uh. Y hacía unas semanas Mario Ghibellini en su columna le decía a Mario Vargas Llosa (a raíz de una columna de este último sobre la mafia italiana y el capitalismo) que se vaya a freír papas y que releyera a Smith. Uh uh uh.

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