jueves, 8 de octubre de 2009


MVLL y Alan García / El Amiste

sábado 2 de febrero de 2008
Amigos
César Hildebrandt




Mario Vargas Llosa y Alan García se han amistado.

Es un gesto de heroico civismo si se recuerda que Vargas Llosa ha llamado a Alan García mentiroso sin escrúpulos, fofo patético, comandante de la corrupción y demagogo de jornada completa.

Pero el perdón es, precisamente, una variante del olvido. Y el olvido, como debemos recordar, no siempre es una gracia. Era, por ejemplo, lo primero que bebían las sombras de los muertos al llegar al Leteo, el río del Infierno, la fuente de todos los olvidos.

Ahora bien, si Vargas Llosa ha olvidado todo lo que ha escrito y dicho sobre Alan García, ¿puede haber sucedido lo mismo con Alan García?

Nos parece muy difícil. García es un hombre que guarda el recuerdo de quién lo miró mal en el Eguren (el colegio estatal donde hablaba hasta por los codos), de qué mujer le dijo que no en la Católica (fue más de una) y, por supuesto, de qué periodista puso al descubierto la existencia de su primoroso último hijo (o sea, modestamente, este escribidor). Para esta materia no hay nada mejor que una vieja frase anónima española: “Hay alguien que no olvida: el olvidado”.

Así que recordándolo todo, García se toma la foto con Vargas Llosa, hace que Vargas Llosa hable muy bien de su gobierno y obliga a los lectores de “El pez en el agua”, la autobiografía precoz de Vargas Llosa, a tirar a la basura la mitad de sus páginas.

Y como pregunta un perdedor casi crónico del cruel mundo en que vivimos: ¿Quién gana, quién pierde?

Gana García, claro, y por goleada. Y pierde Vargas Llosa, que demuestra que puede escribir cosas terribles y atrabiliarias de las que se arrepentirá palaciegamente y que va a saludar en son de compañero a un presidente que llegó al poder, por segunda vez, haciendo clamorosamente lo que Vargas Llosa siempre ha denunciado como el peor defecto del liderazgo tercermundista: mintiendo.

Con lo que el afamado escritor también demuestra que para él mentir sí vale la pena si lo que está en juego es el reinado del billetón, la dictadura de “Eshia”, el califato de Credicorp y la inviolabilidad tributaria que Fujimori (un ciudadano japonés) otorgó a ciertas enormes empresas.
Vargas Llosa, entonces, sí está dispuesto a avalar, con su presencia más que cordial, la impostura de quien prometió cambiar algunas cosas de las tantas que impuso el fujimorismo.

Lo que parece ignorar el célebre novelista es que con su visita a García y su rendición política ante el hombre que hasta hace año y medio despreciaba, lo que está haciendo, en realidad, es avalar al hombre que más odia (quizás también provisionalmente) en este mundo: Alberto Fujimori.

Fujimori llegó al poder con el mismo estilo que García usó en el 2006: prometiendo lo que traicionaría, jurando que iba a hacer lo que tendría que olvidar. Fujimori tiene cadáveres en el closet. Pero García también –¿o es que Vargas Llosa los ha olvidado?–. Fujimori impuso el modelo económico y social que, con algunos arreglos cosméticos, sigue plenamente vigente.

¿Por qué no pensar, entonces, en el futurible abrazo histórico entre Vargas Llosa y Fujimori? ¿Se tomarían un champancito?

Difícil saberlo. Lo que está claro es que el espaldarazo de Mario Vargas Llosa al gobierno de Alan García es uno de los mayores logros simbólicos del gobierno aprista y ­una confirmación de que la biografía intelectual del escritor está hecha como los niños arman los legos: comunista de muchacho para contrariar al padre, fidelista en los 60 por generosidad y romanticismo, velasquista comprensivo a comienzos de los 70 (allí están sus declaraciones impresas), ex velasquista a rabiar a raíz de la expropiación de la gran prensa, belaundista en los 80, liberal urbi et orbi en los 90, ultra liberal a fines del milenio, conservador español, en los últimos años, y defensor postrero de la guerra en Irak, en los últimos meses. Una vida fascinante.
Un aterrizaje perfecto.

Antecedentes:

Alan promovió guerra sucia contra MVLL en 1990

20 Años después - Mirko Lauer

martes, 6 de octubre de 2009


MVLL, Alan y Fujimori: Impredecibles Destinos

03 de febrero de 2008
Crónica VARGAS LLOSA, GARCÍA Y FUJIMORI
Un triángulo de novela
Un ex presidente en la cárcel. Un ex 'contumaz' en la presidencia. Y entre los dos, un escritor que los enfrentó en el pasado y cuyas ideas se han implantado en el país.
Por Renato Cisneros
El Comercio

No es poca la ironía con que se ha matizado el destino político de Mario Vargas Llosa, Alan García y Alberto Fujimori. La historia de afectos y recelos que ellos han venido escribiendo (acaso involuntariamente) es una metáfora de lo impredecible que puede llegar a ser el devenir de los actores que comparten roles estelares en un escenario tan cáustico como el de una contienda electoral.

El jueves pasado, 31 de enero, el novelista acudió a Palacio de Gobierno a agradecerle públicamente a García Pérez la reciente preocupación que este mostró por su estado de salud. Luego de su visita, el fundador del ya extinto movimiento Libertad soltó ante la prensa un surtido combo de elogios para referirse al comportamiento del Gobierno. "No me arrepiento de haber votado por él en la segunda vuelta. Voté por él porque me parecía que representaba el mal menor frente a un candidato que nos hubiera llevado por un abismo de populismo", llegó a admitir.

Exactos 18 años atrás, en el decisivo 1990, la relación entre ambos tenía, evidentemente, otra tesitura. Por ejemplo, justo el 31 de enero de ese año, el candidato Vargas Llosa responsabilizó ante los medios al presidente García de patrocinar una maniobra en su contra.Los críticos del escritor lo acusaron por la presunta evasión de impuestos en la presentación de la declaración jurada de su domicilio, y él no dudó en identificar al entonces mandatario como el autor intelectual de semejante boicot.

"Yo no estoy haciendo política para enriquecerme. Si llego a la presidencia, no voy a tener la indecencia que tuvo el presidente García de llenarse de casas en el primer año de gobierno. En mi gobierno no habrá operaciones tan dolosas como las que ha habido en estos cinco años. En mi gobierno irán a los ministerios hombres capaces y honrados, y no bribones como han ido en tanta abundancia en este gobierno. Y cuando yo gane las elecciones, se conocerá con lujo de detalles, por mi boca, lo que yo gane, cuáles son mis propiedades, qué hago con mi dinero y no voy a cobrar un solo centavo ni del Gobierno ni del pueblo peruano, mientras sirva en el Poder Ejecutivo", rabió el hombre fuerte del Fredemo, en ese momento favorito para suceder a García.

VAMOS A TUMBARTE
Las de Vargas Llosa no eran rabietas gratuitas; la indignación que exudaba cada vez que se refería a Alan tenía justificados asideros. En el último trecho de aquella campaña, varios dirigentes del Apra, azuzados por el presidente, propiciaron una campaña de desprestigio contra el escritor por, básicamente, darle cobijo a partidos tradicionales como Acción Popular y el PPC, feroces opositores del régimen."Debemos impedir que el país caiga en manos de la derecha", ordenaba García día y noche a sus disciplinadas bases.De ese modo, el aprista intentaba repeler las críticas de Vargas Llosa, que acusaba al Gobierno de tomar medidas inconsistentes y de haber hecho retroceder al país hasta los límites mismos del subdesarrollo y la barbarie.

Por cierto, las objeciones del escritor no eran coyunturales, sino que ya las venía madurando desde hacía tres años atrás, desde 1987, cuando --ante el anuncio de la nacionalización de la banca-- ofreció aquel inolvidable mitin de protesta en la Plaza San Martín, donde, en medio de una copiosa lluvia de pica pica, escuchó cómo su auditorio acuñaba la pegajosa arenga de "Y va a caer, y va a caer, caballo loco va a caer". Al joven y ególatra mandatario, como es de suponer, las referencias ecuestres de ese cachoso estribillo no le hacían nadita de gracia.

ECUACIÓN COMPLETA
Pero si Vargas Llosa entró a la carrera política casi por culpa de Alan, fue también por culpa de este que se quedó al margen de la misma. Luego de la primera vuelta de 1990, con el candidato aprista Luis Alva Castro expectorado de la competencia electoral, Alan conminó a los 'compañeros' a respaldar con su voto a ese aparentemente inofensivo chinito que respondía al nombre de Alberto Fujimori.La conexión entre el 'Chino' y el aprismo se hizo evidente.

Por poner un solo ejemplo: el mismo día que el candidato de Cambio 90 viajó en avión a Tacna para iniciar su campaña en provincias antes de la segunda vuelta, Alva Castro tomó un vuelo de la misma compañía rumbo a esa ciudad, y al llegar, anunció con un megáfono su "cruzada contra la derecha".En un artículo de la época el fallecido ex senador Enrique Chirinos Soto afirmaba: "Fujimori es el candidato de Alan García y eso sellará su derrota, pues no creo que la gente quiera votar por alguien vinculado a él".

Sin embargo, Chirinos, como tantos otros analistas, se equivocaría de cabo a rabo. Gracias a la patita de gallo que le extendieran el Apra y la izquierda, Fujimori obtuvo el 62% de los votos y venció a Vargas Llosa, que se quedó con el respaldo del 38%.Cuando Alan recibió en Palacio al ingeniero nipón para felicitarlo por la victoria en las urnas, su amplia sonrisa de satisfacción dejaba traslucir un pensamiento cantado: "me encanta cuando un plan se realiza".

EL SHOW DE LA YUCA
A García el tiro le salió por la culata. Si lo que pretendía era que Fujimori fungiera de títere de feria para que el Apra gobernase desde la trastienda (pensando quizá en su retorno triunfal para el 95), pues sus planes se fueron al agua. Fujimori se rodeó de tecnócratas y no solo se deshizo de sus socios apristas e izquierdistas con una olímpica patada en la retaguardia, sino que luego del golpe de abril de 1992 los mandó perseguir.

La historia de García escapando por el techo de su casa, disparando tiros al aire y refugiándose finalmente en guaridas facilitadas por amigos es ya un clásico, casi un 'western' del anecdotario político nacional.Con Alan asilado en Colombia y con un desencantado Vargas Llosa autoexiliado en Europa ("ser candidato fue una pérdida de tiempo, para participar en política no hace falta tener ingenio, sino aprender a mentir", dijo en noviembre del 93), Fujimori se dedicó a edificar un régimen de oscuras columnas, y a enviciarse con un dominio absoluto que lo acabaría ensimismando.

QUIÉN TE VIERA, QUIÉN TE VE
Dieciocho años más tarde, el cuento continúa, solo que ahora los protagonistas están ubicados en posiciones ciertamente paradójicas si se las contrasta con las que tuvieron en el pasado.Vargas Llosa, superando los rencores provocados por la derrota , ya no es más adversario intelectual de García. Hoy lo visita, le sonríe y le palmea la espalda, teniendo como escenografía el mismo paisaje palaciego por el cual alguna vez soñó transitar con la banda sobre el pecho.

Y aunque parte del país se sigue preguntando, de tanto en tanto, qué hubiera pasado si él ganaba aquel duelo electoral, otra parte celebra que ese traspié lo haya devuelto con tantos bríos a su irrenunciable vocación literaria.García --ayer apestado y recluido en esa fría cárcel que debe ser el exilio forzado-- hoy goza nuevamente del poder y divisa el país desde el vanidoso altillo de su investidura, con el propósito de reconstruir su prestigio y merecer un cálido lugar en la memoria del pueblo. Y como Vargas Llosa lo subrayó, asume las políticas que el escritor defiende hace más de 20 años.

Para completar el cuadro, el tercer actor, Fujimori, es el que (hasta el momento) ha llevado la peor parte. Mintió, huyó, cayó preso y ahora está sentado en el banquillo de los acusados, amnésico, soportando un juicio que, según los especialistas, probablemente perderá.Imaginamos que el jueves, al ver en la pequeña televisión de su celda la imagen de García y Vargas Llosa renovando su amistad en la puerta de Palacio, el ex presidente habrá cambiado inmediatamente de canal.

jueves, 1 de octubre de 2009


Fujimori: Su delito no es ser japonés

Los Patriotas
Por MARIO VARGAS LLOSA
Piedra de Toque
Caretas

Este artículo aparece como primicia mundial. CARETAS comparte la opinión del autor sobre el trabajo de los periodistas, sobre las hipótesis alrededor de la nacionalidad del Presidente Fujimori, sobre la eventual actitud de sus padres y sobre las verdades que más importan en un ciudadano.


QUE el ingeniero Alberto Fujimori Fujimori no había nacido en el Perú sino en el Japón y que, luego, sus padres, inmigrantes sin recursos, procedentes de la aldea de Kawachi, le fraguaron una nacionalidad peruana, me lo dijeron en las semanas finales de la campaña electoral de 1990 unos oficiales de la Marina de Guerra del Perú, según los cuales el Servicio de Inteligencia Naval poseía la constancia del fraude.Estas pruebas jamás se hicieron públicas en aquella circunstancia porque, sin duda, a aquellas alturas de la contienda electoral que dirimíamos el ingeniero Fujimori y quien esto escribe, aquél ya había establecido la alianza providencial con el celebérrimo Vladimiro Montesinos (todavía no lo era), ex capitán expulsado del Ejército por "traidor a la Patria" -se lo acusó de vender secretos militares a la CIA-, ex abogado de narcotraficantes y que, pese a ello, seguía manteniendo viscerales relaciones con el Servicio de Inteligencia Nacional. Este se encargaría de hacer desaparecer en aquellos días, de los registros judiciales, el abultado prontuario del candidato que algunos sabuesos periodísticos, como César Hildebrandt, llegaron sin embargo a mencionar antes de que se volatilizara.

El asunto de la presunta nacionalidad japonesa de Fujimori tampoco se ventiló en aquella ocasión por mi propia repugnancia moral a esgrimirlo como argumento contra un adversario político. Si hubo falta, no fue la suya, sino de sus padres, y, a éstos, hay que apresurarse a excusarlos, pues no hicieron más que lo que hacían muchísimas familias de inmigrantes orientales, guiados por la más humana de las razones: fabricarles a sus hijos una nacionalidad que los defendiera mejor que a ellos de los atropellos de que eran víctimas en el país sin ley (los años 30 fueron, recordemos, los años de las dictaduras militares de Sánchez Cerro y Benavides) al que se habían expatriado y al que, trabajando con verdadero heroísmo, contribuyeron a desarrollar. Este se lo pagó mal, por lo demás, pues, durante la Segunda Guerra Mundial, la comunidad peruana de origen nipón fue injustamente expropiada de sus bienes, discriminada y perseguida, y algunos de sus miembros enviados a campos de concentración en Estados Unidos, por un gobierno -civil éste, para colmo- ávido de echar mano al patrimonio de la colectividad peruano-japonesa y nisei.

Después de leer la acuciosa indagación llevada a cabo por la periodista Cecilia Valenzuela -un verdadero modelo de periodismo de investigación- y cuyas conclusiones parecen difícilmente refutables, sigo pensando, sin embargo, que la oposición a la dictadura que padece el Perú, y cuya fachada visible es Fujimori, debería excluir de su memorial de agravios contra el destructor del régimen de legalidad y de libertad que imperaba en el Perú hasta el 5 de abril de 1992, la de su falsa nacionalidad peruana.

¿Qué importa que naciera en una aldea perdida de la isla de Kumamoto? En el Perú gateó y aprendió a hablar, estudió, creció, trabajó y compartió a lo largo de toda su vida los infortunios y las ilusiones de los demás peruanos: eso hace de él, no importa cuán dudosa sea la legitimidad del mal garabateado papel que explica su nacimiento, un ciudadano del Perú. Según una leyenda, el general Salaverry, caudillo romántico que ocupó brevemente la presidencia del Perú antes de ser fusilado, hizo poner un libro abierto en la Plaza de Armas y declaró: "Todo el que quiera ser peruano, que ponga allí su firma y lo será". Esa concepción generosa de la peruanidad es también la mía y ojalá lo fuera alguna vez la de todos mis compatriotas.En caso contrario, quienes combatimos a Fujimori desde 1992 por haber cometido la felonía, apandillado con Montesinos y el general Nicola de Bari Hermoza (que debe ser hijo o nieto de italianos), de destruir la democracia y restaurar la tradición autoritaria instalando al Ejército una vez más en el centro del poder político, apareceremos tan mezquinos y viles como aquel siniestro trío, que acaba de despojar de la nacionalidad peruana al Sr. Baruch Ivcher, propietario del Canal de Televisión Frecuencia Latina, con el hipócrita pretexto de que éste, nacionalizado peruano desde 1983, no había destruido su pasaporte israelí.

La dictadura sabe muy bien que hay muchos miles de ciudadanos peruanos que acumulan todos los pasaportes a los que tienen derecho o pueden obtener, dada la inseguridad jurídica que caracteriza la vida política peruana, y que entre ellos figura un elevado número de sus servidores (incluidos ex ministros y cacógrafos de los medios que le sirven de estercolero periodístico y a quienes todo el mundo conoce).¿Por qué ese ensañamiento singular contra el Sr. Ivcher sólo ahora? Porque los informativos de su canal de televisión habían comenzado a denunciar los crímenes y torturas cometidos por el Servicio de Inteligencia, y los planes de éste para asesinar a César Hildebrandt y a otros periodistas de oposición, los pinchazos telefónicos y los fraudes electorales del pasado reciente y a defender un retorno a la legalidad del país del que es ya parte indisoluble, como otros muchos miles de peruanos de origen alemán, italiano, español, chino o japonés.

¿Por qué no se lo privó de la nacionalidad peruana -y se le arrebató Frecuencia Latina con las triquiñuelas jurídicas con que se le está arrebatando ahora- cuando su canal de televisión defendía con entusiasmo el golpe de Estado de Fujimori y sus periodistas llenaban de improperios a quienes nos esforzábamos -sin mucho éxito, es cierto- por abrir los ojos de nuestros compatriotas seducidos con la propaganda antidemocrática de unos medios de comunicación acobardados o vendidos a la flamante dictadura?Cuando, a finales del siglo XVIII, el Dr. Samuel Johnson estampó la frase inmortal -"El patriotismo es el último refugio de los canallas"-, no estaba vociferando contra su país, claro está. El quería mucho a Inglaterra, como lo demuestran sus profundos estudios sobre la poesía inglesa, su luminoso ensayo sobre Shakespeare y, sobre todo, su enciclopédica investigación filológica sobre la lengua de su patria, que le tomó toda la vida y marcó un hito en la historia del inglés.

El voluminoso Dr. Johnson pensaba en gentes que, como las tres que ahora han retrocedido al Perú, políticamente, a la condición de la última república bananera de América del Sur, administran el "patriotismo" en función de sus intereses, sin el menor escrúpulo, como un arma de supremo chantaje para acallar las críticas y justificar sus tropelías, y se arrogan el derecho de reconocer o negar la "peruanidad" de las personas según sean éstas dóciles o indóciles a los desafueros que cometen gracias a la fuerza bruta que los sostiene.Esta es grande, desde luego, pero, en los últimos meses, y a medida que aquellos desafueros se multiplicaban, se halla cada vez más huérfana de apoyo civil.

Desde que los estudiantes se lanzaron a las calles a protestar contra la defenestración de los miembros del Tribunal Constitucional que se oponían a la reelección presidencial y contra las torturas y crímenes del SIN, el movimiento de repudio al régimen ha ido expandiéndose a casi todos los sectores sociales, hasta tocar, incluso, el sector empresarial, donde la patraña de que la dictadura se ha valido para despojar de su empresa a Baruch Ivcher parece haber hecho pensar a algunos industriales, que, después de todo, la legalidad democrática podía ser más adecuada para el futuro de las empresas que una dictadura. Nunca es tarde para enterarse.La realidad es que, en la actualidad, los partidarios del régimen son una minoría bastante reducida de personas, que están con él porque medran a su sombra o porque temen sus represalias, y este tipo de adhesión, fragilísimo, se quiebra con el primer cambio de viento.El sostén primordial con el que todavía cuenta es la fuerza militar.

El crimen mayor que ha cometido Fujimori no es haber nacido en Kawachi ni adulterado documentos públicos; es haber destruido, confabulado con Montesinos y Bari Hermoza, un proceso democrático que, desde 1980, había comenzado a integrar a civiles y militares dentro de un sistema compartido de respeto a la ley, acabando con aquella fractura entre uno y otro estamento que resulta siempre como consecuencia de una dictadura, tragedia constante de la historia peruana y encarnación del subdesarrollo político de un pueblo.

Reconstruir esa unidad entre la sociedad civil y la fuerza militar será más arduo que recuperar la democracia. Los militares peruanos sólo comprenderán el gravísimo error a que fueron arrastrados cuando adviertan, como ocurrió en España, como ha ocurrido en Centroamérica o en Chile, que el golpe de Estado los aisló internamente y los desprestigió a los ojos de toda la comunidad civilizada internacional. Pero eso sólo será evidente para ellos cuando vean en frente a la sociedad civil en pleno, unida y resuelta, pidiendo libertad. Sólo entonces será fácil para el Perú sacudirse de encima al falsario, al felón y al traidor como, en la hermosa metáfora de William Faulkner, los nobles canes de la tierra se sacuden las pulgas.
Londres, agosto de 1997.

La Toma de Frecuencia Latina

Por MARIO VARGAS LLOSA
Acoso y Derribo

Septiembre de 1997
Piedra de Toque
Caretas

Atravez de Luis Yáñez, su portavoz en la Comisión de Asuntos Exteriores, el Partido Socialista (PSOE) ha presentado en el Congreso una propuesta para que España asuma en la Unión Europea, en lo que concierne al régimen autoritario peruano de Fujimori, el mismo liderazgo que ha tenido en coordinar con sus socios europeos una política de presión a la dictadura cubana de Fidel Castro en favor de los derechos humanos y la democratización. Se trata de una iniciativa loable, que ha respaldado ya Izquierda Unida, y que los demócratas peruanos y españoles esperamos que obtenga el apoyo unánime de las fuerzas políticas representadas en Las Cortes, en especial, del Partido Popular de José María Aznar, que, conviene recordarlo, fue uno de los primeros en condenar, en términos inequívocos, el golpe militar del 5 de abril de 1992 que destruyó, a los doce años de recobrada, la democracia en el Perú.

La propuesta es impecable, desde los puntos de vista jurídico y ético, además del político. Ella recuerda que el 17 de julio de este año el Parlamento Europeo condenó al régimen peruano por sus repetidas violaciones a los derechos humanos y pide que Bruselas, actuando de manera consecuente, aplique a la dictadura de Fujimori, Montesinos y De Bari Hermoza la misma política que ha adoptado, gracias a España, frente a la dictadura cubana, supeditando la ayuda y colaboración europeas a los progresos que haga en los dominios de la libertad y la legalidad. En el Perú, no hay progreso alguno en estos dos campos, más bien -sobre todo, en las últimas semanas- violentos retrocesos. Como si el gobierno se empeñara en dar la razón a Amnistía Internacional, que, en su último informe, señala que el régimen autoritario peruano comparte el deshonroso palmarés de los crímenes políticos, torturas, ejecuciones sumarias, detenciones ilegales, atropellos contra la libertad de prensa, interferencias telefónicas, envilecimiento de la Justicia, expropiación de la correspondencia, etcétera, con satrapías tan flagrantes como las de Nigeria, Birmania, Corea del Norte o Libia. A raíz de su iniciativa, el diputado Yáñez fue amenazado de muerte por un supuesto Comando Cinco de Abril, que llamó también a diversos medios de comunicación españoles.

Las llamadas, hechas desde teléfonos de Lima, delatan la mano sucia del SIN (Servicio de Inteligencia Nacional), los predios desde los que Montesinos, De Bari Hermoza y demás miembros de la cúpula castrense que detenta el poder urden las grandes operaciones represivas y "sico-sociales" del régimen. La última de estas operaciones se consumó al amanecer del 19 de setiembre, cuando las fuerzas policiales ocuparon Frecuencia Latina, canal de televisión de Baruch Ivcher al que, mediante triquiñuelas jurídicas de grotesca factura, el régimen despojó de la nacionalidad peruana primero, para arrebatarle luego su empresa y entregársela a unos accionistas minoritarios, cómplices del desafuero.

La razón de ser de este despojo, perpetrado como un verdadero desafío a la comunidad internacional -pues, desde el Congreso de Estados Unidos hasta la Agencia Judía, pasando por todas las asociaciones de prensa del mundo, habían protestado contra el atropello- es alinear a Frecuencia Latina con la política de servilismo al gobierno que es la norma entre los grandes medios de comunicación desde el 5 de abril del '92. Lo era también la del canal de Baruch Ivcher hasta hace unos meses, en que denunció la colusión de jerarcas militares del régimen con el narcotráfico y los millonarios ingresos de Montesinos, asesor supuestamente ad honorem de Fujimori. Por este atrevimiento ha sido ahora castigado.

Veinticinco periodistas de Canal 2 renunciaron a sus cargos en el instante mismo que la Policía ocupó el canal, negándose a trabajar con los usurpadores. Antes habían librado una valerosa batalla, encerrándose en el local e informando sobre lo que ocurría, con verdadera temeridad. Quiero destacarlo -mencionando a los cuatro mosqueteros de la resistencia: Fernando Viaña, Gonzalo Quijandría, Iván García y Luis Iberico- no sólo porque esas actitudes son infrecuentes en el periodismo peruano, donde las últimas dictaduras -la de Velasco y la actual- han contado con la complicidad activa de buen número de hombres de prensa, sino porque, esas actitudes de independencia y decencia, en el Perú de hoy se pueden pagar caras.

Precisamente una de las explosivas denuncias que hizo conocer Canal 2, en su efímero paréntesis de libertad, fue la de un ex agente del SIN, Leonor La Rosa, revelando que este organismo tenía preparado un Plan Bermuda contra la prensa indócil, que incluía el asesinato de un periodista de oposición, César Hildebrandt, simulando un accidente. Los países que gozan de regímenes democráticos, y, sobre todo, aquéllos que, como España, han conquistado sus libertades y el imperio de la ley luego de padecer el agobio de una dictadura, tienen la obligación de ayudar a los que no están en esta situación a librarse de regímenes que, aunque de distintos signos ideológicos, como los de Fidel Castro y Fujimori, se asemejan porque pisotean los derechos humanos, privan a sus pueblos de las más elementales garantías y prolongan, en nuestro tiempo, aquella tradición de oscurantismo, prepotencia y abyección moral de la que la cultura democrática arrancó a la humanidad.

Esta es una política que, por supuesto, no debería ser asumida con cortapisas ideológicas ni hemiplejías pragmáticas. Si el régimen del general Cédrars, en Haití, o el del apartheid en Africa del Sur, eran condenables y merecieron un repudio de la comunidad internacional que facilitó su caída ¿por qué apuntalar al de China Popular, que trata a sus disidentes como aquéllos trataban a los suyos?El argumento que suelen oponer los adversarios de una política de acoso y derribo a las dictaduras por parte de las democracias es el especioso de la soberanía: habría que respetar ésta como un tabú sagrado, aun cuando, a su amparo, déspotas y rufianes amparados en la fuerza bruta perpetraran los más ignominiosos crímenes contra sus pueblos. El argumento era falaz ya en el pasado, pero lo es mucho más ahora cuando, a raíz de la globalización y la interdependencia irremediable en que se hallan todas las sociedades unas de otras, la soberanía es cada vez más una fórmula retórica y cada vez menos una realidad sustantiva.

Lo cierto es que debido a esta estrecha interdependencia resultante de la internacionalización de los mercados, los capitales, las empresas, las técnicas, las comunicaciones, cuando las grandes sociedades democráticas no hostilizan a las dictaduras, las ayudan a perennizarse. Esa es la función que tienen las inversiones de capitales o las ayudas humanitarias o de cooperación técnica, que los gobiernos autoritarios automáticamente canalizan en su provecho, a veces, a la manera de un Mobutu, para llenarse los bolsillos, y, siempre, para fortalecer su poder y negociar la anuencia de la comunidad internacional con sus excesos.

Apoyar una dictadura no es sólo inmoral para un gobierno democrático; puede ser también un pésimo negocio para aquellos empresarios del mundo occidental que, seducidos por los cantos de sirena con que los atraen los regímenes autoritarios, invierten en ellos y descubren, de pronto, como Baruch Ivcher, que la falta de estabilidad jurídica y la arbitrariedad que caracterizan a un gobierno de fuerza, pueden golpearlos también, el día menos pensado, despojándolos de todo lo que tienen. Y, viceversa, que la democracia, incluso imperfecta, garantiza a las empresas una permanencia y seguridad para trabajar impensables bajo una dictadura.

Es el caso de Chile, por ejemplo, donde, bajo los gobiernos de Aylwin y de Frei, los inversores extranjeros han obtenido beneficios mucho más elevados que cuando Pinochet. Y algo más importante: la seguridad de que ningún gobierno futuro vendrá a tomarles cuentas por lo que hicieron o dejaron de hacer al amparo del oprobio político. Así lo entendió el presidente Rómulo Betancourt, de Venezuela, en los años sesenta, cuando trató de persuadir a toda la comunidad democrática de una política coordinada para socavar a las dictaduras, de cualquier signo ideológico, y de apoyo activo a los demócratas que luchaban por derribarlas.

La doctrina Betancourt proponía que los gobiernos democráticos rompieran relaciones diplomáticas de manera automática con todo gobierno resultante de un golpe de Estado, sanciones económicas y una acción de denuncia y acoso en los organismos internacionales contra los regímenes de facto. Durante algunos años, de manera quijotesca, Venezuela practicó esta política, pero no tuvo seguidores, y por razones obvias: en América Latina proliferaban entonces las dictaduras. Hoy día las cosas han cambiado, regímenes como los de Castro y Fujimori son la excepción, no la regla, y quizá la admirable iniciativa de Rómulo Betancourt pueda ser resucitada y puesta en práctica. Si ella dio resultados en Sudáfrica y Haití, podría darlos también en todos aquellos países sobre los que se abata la peste autoritaria. Sé muy bien que esto es difícil, porque, amparando su pusilanimidad o su falta de principios tras la cortina de humo del muchos gobiernos democráticos latinoamericanos mantienen con la dictadura peruana una tolerancia y complicidad tan repugnantes como las que guardan con la de Fidel Castro. Piensan que así se evitan problemas. Se equivocan garrafalmente.

La existencia de un régimen como el de Fujimori, una dictadura militar con el semblante formal de la democracia -gracias al fantoche civil que tiene al frente, a las rituales mojigangas electorales, y a los manipulados poderes legislativo y judicial- es un gravísimo riesgo para la democratización del continente, aún en pañales y precaria. Pues ha inaugurado un nuevo modelo autoritario, adaptado a estos tiempos, irrespirables para el clásico tiranuelo con entorchados, tipo Trujillo, Somoza, Rojas Pinilla o Batista, que guarda ciertas apariencias democráticas, pero conserva los mismos hábitos y prohíja la misma corrupción y brutalidad que las de antaño. Desenmascararlo y combatirlo hasta que se desplome y la democracia retorne al Perú es, también, una manera de impedir que el mal ejemplo cunda. Ojalá los diputados españoles tengan presentes estas razones cuando debatan el proyecto del PSOE. Y ojalá España, que ya dio un ejemplo a América Latina de exitosa transición pacífica de una dictadura a una democracia, algo que reverberó felizmente en las transiciones equivalentes de Chile, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, lo dé, también, de una movilización activa de toda la clase política de una democracia moderna en favor de quienes, allá lejos, en el antiguo Perú, como los 25 periodistas de Frecuencia Latina que se han quedado sin trabajo y expuestos a todos los percances por su sentido del deber, resisten el renacer de la barbarie.
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