lunes, 6 de diciembre de 2010


Mario, el reportero



Fuente: Suplemento Domingo de La República
05 de diciembre de 2010

Un somero examen de su trayectoria nos revelará sus primeras incursiones en el periodismo como cronista policial. Y esa experiencia reporteril, sumada al rigor propio de un periodista de investigación, le servirían luego para escribir varias de sus grandes novelas. Con ocasión de la entrega del Premio Nobel, una historia de la vieja relación de MVLl con el periodismo. 

Por Ángel Páez

No se equivocan los lectores de El sueño del celta si encuentran en la novela un parecido con el reportaje periodístico. En realidad, tampoco deberían sorprenderse porque Mario Vargas Llosa es un viejo periodista que varias veces se ha valido de las técnicas de la profesión para escribir ficción sobre hechos reales. Comenzó a hacerlo cuando agotó la fuente de la experiencia personal. Luego de publicar La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía Julia y el escribidor (1977), libros que contienen una poderosa carga autobiográfica, Vargas Llosa daría un espectacular giro. Recurrió al reporterismo, esa entrañable práctica con la que se inició a los 15 años en el diario La Crónica, para emprender una nueva etapa literaria basada en la investigación de historias verdaderas que luego transformaría en notables novelas.

La primera oportunidad se le presentó después de escribir el guión de una película que nunca se filmó sobre la rebelión de los Canudos, dirigida por un mesiánico y fantasmagórico personaje brasileño llamado Antonio Conselheiro, entre 1896 y 1897, en Bahía. El novelista leyó todo lo que se había escrito sobre el tema, revisó los archivos con documentos originales que registran los hechos e hizo un viaje hasta los escenarios en los que se desenvolvieron los episodios violentos. Una vez  informado concienzudamente hasta dominar los detalles como un perito, Vargas Llosa se despojó de la condición de periodista para contar su propia versión de lo que llamó La guerra del fin del mundo (1981).

“Creo haber leído prácticamente todo lo que se ha escrito sobre Canudos. A todo el mundo le expliqué que no estaba escribiendo una novela apegada a la historia, y que quería conocer la verdadera historia, digamos, para mentir con conocimiento de causa”, le dijo Vargas Llosa al periodista brasileño Ricardo Setti, del diario Jornal do Brasil.

El método para escribir La guerra del fin del mundo resultó muy eficaz, al punto que lo repitió para escribir el siguiente libro, Historia de Mayta (1984). El interés por la insurrección del subteniente de la Guardia Republicana Francisco Vallejos Vidal, el sindicalista Jacinto Rentería y el líder campesino Vicente Mayta Mercado, en Jauja, en 1962, atrapó la avidez literaria de Vargas Llosa ese mismo año, en París, antes de haber publicado alguna novela. Fue cuando leyó una noticia pequeña en el diario Le Monde sobre la primera revolución marxista-leninista en el Perú encabezada por Vallejos. En esa época Vargas Llosa adhería el socialismo y era amigo de varios de los revolucionarios que morirían en otros intentos de insurgencia, como Javier Heraud, del Ejército de Liberación Nacional (ELN), en 1963; y Paul Escobar, del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), fallecido en 1965. Dieciocho años después de leer la noticia en el periódico parisién, y conmovido por la guerra de Sendero Luminoso que se había iniciado ferozmente, Vargas Llosa se animó a contar lo sucedido en Jauja. El escritor  vio en el movimiento protagonizado por el subteniente Vallejos el principio de lo que después desembocó en la espantosa y fanática violencia abimaelista.

Reportero de la historia

Para construir Historia de Mayta, otra vez asumió el papel de periodista y buscó toda la información que se publicó sobre el levantamiento del 29 de mayo de 1962. Entrevistó a sobrevivientes y testigos de la época, se desplazó a los escenarios en los que ocurrieron los incidentes, se sumergió hasta la coronilla en la historia borroneada por el tiempo. “La indagación me llevó a visitar a diversas personas, a revisar periódicos antiguos, a recorrer bibliotecas tras el afán de reconstruir la figura del mítico protagonista de la historia de Jauja. Para ello, conversé con antiguos amigos y enemigos del personaje y cotejé las diversas versiones”, “El narrador trata a través de entrevistas, a través de una pesquisa, de reconstruir quién fue Mayta”, explicó a Jorge Salazar, de la revista Caretas.

Sin embargo, no obstante el notable éxito de la fórmula La guerra del fin del mundo e Historia de Mayta, una vez más los demonios interiores de la experiencia propia devolvieron al novelista al arte de la pura invención, lo que produjo ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), El hablador (1987), Elogio de la madrastra (1988), Lituma en los Andes (1993) y Los cuadernos de don Rigoberto (1997). Retomaría el reporterismo para investigar el crimen del sátrapa Rafael Leónidas Trujillo, cometido en 1961. La idea de La fiesta del Chivo (2000) surgió durante su estancia en República Dominicana en 1975, durante el rodaje de la primera versión fílmica de Pantaleón y las visitadoras. Vargas Llosa ha desmentido que el régimen corrupto de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos lo inspiró para emprender el libro, pero algunos personajes coinciden en ello. Una vez más se entregó en cuerpo y alma a la búsqueda de material para su nuevo proyecto, La fiesta del Chivo (2000), dirigiéndose a las fuentes, en particular las humanas. “He leído todo lo que ha caído en mis manos (publicado y no) al respecto. Testimonios, confidencias sobre las conspiraciones que hubo para matar (al Chivo) y he conversado con personas de todos los bandos que actualmente viven en República Dominicana”, le dijo el novelista a Caretas, según la edición del 2 de marzo del 2000.

A continuación emprendió una investigación sobre Flora Celestina Teresa Enriqueta Tristán Moscoso (1803-1844) y su nieto Eugène Henri Jean-Paul Gauguin (1848-1903), protagonistas de El paraíso en la otra esquina (2003). El interés por Tristán comenzó luego de leer Peregrinaciones de una paria (1838) cuando estudiaba en San Marcos, en la segunda mitad de los años 50. En su afán por retratar con pasión y certeza a sus personajes, se zambulló en una vorágine investigativa, que esta vez fue más penosa y difícil porque había episodios oscuros, no documentados, de Flora Tristán. La mujer hizo una episódica pero decisiva travesía por el país, específicamente en Arequipa. “Apenas estuvo poco menos de un año en el Perú, pero fue un año fronterizo en su vida”, le dijo Vargas Llosa a Carlos Batalla, de La República: “Sin la experiencia peruana, Flora jamás hubiese sido lo que fue”.

Después de leer una biografía de Joseph Conrad, su escritor favorito, encontró que este fue amigo de Roger Casement y que ambos coincidieron en Congo. Luego se informaría de que Casement, luego de denunciar las atrocidades colonialistas contra los nativos congoleños, reportó al mundo las masacres de indígenas peruanos en el Putumayo cometidas por los explotadores del caucho. En la historia de Casement encontró la ocasión perfecta para transformarse en periodista. A comienzos del 2009 viajó al Congo arriesgando el pellejo y también estuvo en la Amazonía. Por supuesto, se zambulló en los archivos de Iquitos, Londres, Nueva York, Bruselas y habló con todo el que supiera sobre Casement para componer El sueño del celta. Fue como un viaje al corazón de las tinieblas, y pudo sobrevivir para contarlo.

Desbocada Pasión

“Aunque a mí lo que más me gusta es la literatura, no me gustaría vivir solamente en un mundo de ficción, cortado del resto de la vida. No. Yo quiero tener siempre un pie en la calle, estar inmerso en lo que es la actividad de mis contemporáneos, del tiempo, del sitio donde vivo”, confesó Mario Vargas Llosa a Katharyn Rodemann, de la revista Texas Monthly. “El periodismo siempre ha sido para mí muy importante. Durante mucho tiempo me gané la vida haciendo periodismo, y también ha sido una fuente de temas. Muchas de las cosas que he escrito no las hubiera escrito sin haber tenido experiencia de periodista”. Es una desbocada pasión que lo llevó a arriesgarse a viajar a la turbulenta Franja de Gaza y a la invadida Irak para reportear en directo la tragedia humana, como lo hicieron en su tiempo Stephen Crane, Ernest Hemingway y Vasili Grossman.


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