martes, 21 de diciembre de 2010


La campaña hobbesiana

Fuente: Revista IDL n|220
Autor: Gustavo Gorriti
A propósito del merecidísimo Nobel y el devenir intelectual y artístico de nuestro gran escritor, el autor repasa el escenario político de cara al 2011

Hace veinte años —oh, trepidante cronología—, la revista The New Republic me encargó escribir un artículo sobre la evolución del pensamiento político de Mario Vargas Llosa.

El artículo, escrito a fines de enero y publicado el 12 de febrero de 1990, se tituló The Fox and the Hedgehog, es decir, “El zorro y el erizo”. Fue, como amplió la revista, un examen de “la larga marcha” o la evolución política de Vargas Llosa.

Lo he releído después de muchos años y algunos detalles olvidados emergen relevantes para el presente. El gran escritor se encontraba en plena campaña presidencial, pero mi propósito no era describirla sino explicar las convicciones políticas del entonces abrumadoramente favorito candidato.

Vargas Llosa, el novelista, es también, escribí, “un pensador riguroso, cuyos ensayos literarios, filosóficos y políticos son coherentemente razonados”. A la vez, indiqué que su talento para la claridad expresiva no reflejaba los complejos y tormentosos procesos de cambio que lo habían llevado a ser un intelectual revolucionario en la década de los 60, un socialdemócrata en los 70 y un liberal en los 80.

Esas etapas ilustraban también —en la célebre descripción de Isaiah Berlin— el tránsito entre la predominancia del zorro y la del erizo en el pensamiento de Vargas Llosa. Y examinaba el papel que jugaron en el cambio los ataques personales, las campañas de corrosivos vituperios —lo que él mismo llamó “los mecanismos de satanización”— que se lanzaron sobre el escritor en verdaderas oleadas, especialmente a fines de los 60 (cuando rompió con la Revolución cubana) y desde comienzos hasta mediados de los 80. Uno tiende a olvidarlo, pero esos ataques llegaron a niveles de vileza sorprendente aun para los estándares de la discusión política de entonces, de descalificación personal antes que de debate de posiciones.

En ese artículo no figuraba siquiera el nombre de Alberto Fujimori. Es que hasta entonces Fujimori no existía en la campaña. Por ende, daba como muy probable ganador de las elecciones y próximo Presidente del Perú, con todos los inmensos problemas por enfrentar, a Vargas Llosa.

El destino teje sus hilos con puntos extraños e inesperados. La derrota electoral de Vargas Llosa fue nefasta para la democracia peruana pero resultó salvadora para el propio escritor. Ver a un alto porcentaje de sus seguidores y colaboradores trocar la vincha del Fredemo por el kimono de geisha con total fluidez y carencia de culpa, fue sin duda instructivo. Y luego, volver a ser objeto de vituperio, esta vez por parte de ex colaboradores o aliados, cuando salió a defender, con gran brío y elocuencia, la necesidad de luchar contra el entonces reciente golpista y dictador Fujimori, fue sin duda revelador para él.

Como intelectual público, Vargas Llosa ingresó, en mi concepto, en su mejor etapa. El rigor analítico y la claridad expositiva ganaron una nueva flexibilidad, una capacidad de comprender las inconsecuencias y la corrupción espiritual de todos los ángulos —desde la izquierda, desde la derecha—, a la vez que una reafirmación de los principios que en su caso resistieron todas las variaciones de circunstancias, los embates de la historia.

Su capacidad creadora, en mi opinión, resultó fortalecida. Luego de algunos años de obras menores, su producción no se hizo solo variada e intensa sino recobró su mejor nivel. Fue el resultado de una madurez largamente trabajada que mantuvo, y quizá acrecentó, la intensidad, el fuego creativo.

En esos años de consolidación de logros y de reconocida lucidez, las escuadras del vituperio se fueron disgregando hasta la desaparición, en el caso de la ex izquierda, o el silencio, en el de la derecha geisha.

Vargas Llosa cambió, es cierto, pero muchos de sus oponentes de antaño cambiaron más, por convencimiento o por conveniencia. Su defensa de la democracia, de los derechos humanos fue invariable, a través de todas sus etapas, desde fines de los 60. Recuerdo su polémica de hace más de veinte años con Günter Grass y pienso que ahora la Academia sueca ha pasado a suscribir implícitamente —con esas extrañas menciones a la cartografía en su decisión del Nobel— la posición de Vargas Llosa a diferencia de lo que fue en el pasado. El tiempo confirmó pensamientos y, sobre todo, coherencias.

Y no se diga de Alan García. El presidente de hace veinte años ha pasado por metamorfosis somáticas e intelectuales tanto de eje como de volumen. Los enemigos jurados de antaño tienen hoy una relación de respeto (por lo menos formal) y de diálogo.

Las estrategias cuidadosamente ploteadas, sufrirán cambios o desactivaciones por efecto del factor Nobel

La influencia del juicio de Vargas Llosa en las decisiones del presidente García, es considerable. Como se recuerda, Vargas Llosa llevó a García a cambiar de posición, de un momento al otro, tanto en el caso del Lugar de la Memoria como en el de la derogatoria del DL 1097.

En ambas circunstancias, por el efecto de su prestigio y lucidez, Vargas Llosa derrotó, con una sola acción, maniobras largamente trabajadas por la derecha fascistoide y encomendera (me he prestado esta última expresión del ex ministro Luis Carranza), que había ganado posiciones de gran influencia en el entorno y la toma de decisiones de Alan García.

La gravitación pública de Vargas Llosa se acrecentará sin duda luego de la entrega del Premio Nobel y de lo que será después su llegada en triunfo al Perú. Tanto en las decisiones que García tome o deje de tomar como, sobre todo, en la opinión pública.

Doblemente interesante, porque esa etapa sincronizará con la campaña presidencial, que será hobbesiana: corta y brutal.


Ahora, sin embargo, los planes, las estrategias cuidadosamente ploteadas y, en más de un caso, complotadas, sufrirán cambios o desactivaciones por efecto del factor Nobel.

¿Qué grupo político sufre y sufrirá más por el Premio Nobel que recibe Vargas Llosa? Los invito a examinar las sonrisas congratulatorias y ver cuáles son las más acalambradas, cuáles no pueden silenciar el rechinar de dientes ni enmascarar el rictus de cólera.

El gran perdedor es el fujimorismo y la coalición ya mencionada de fascistas y encomenderos —a la que hay que sumar los cleptócratas de antaño— que ya forman tras el estandarte geisha.

Contaban con García, contaban con los medios, con buena parte del empresariado económicamente más poderoso. Tenían (y tienen) también a buena parte de los medios con los mismos dueños que apoyaron el golpe de 1992, con los periodistas domesticados por el fujimorato en reencauchado protagonismo, y con algunos actores y actrices que ayer fueron fujimoristas sin poder en los medios y que ahora lo tienen mientras disimulan mal su fujimorismo.

La campaña presidencial iba y va a darse bajo dos parámetros centrales: brevedad y contracampaña.
La reciente contienda electoral de municipios y regiones fue a la vez un prólogo, un ensayo y un experimento de lo que se viene. Sus enseñanzas confirmaron, me parece, las estrategias previamente planeadas por los principales actores.

La brevedad de la campaña hace que quienes pueden usar mejor la intensidad y el manejo del tiempo tengan mejores posibilidades. Eso beneficia, en particular, a quienes tengan más recursos y mejor masa de maniobra mediática.

Hasta unos pocos días atrás, quienes tenían, de lejos, la mayor fuerza en ambos sentidos eran los de la coalición fujimorista-montesinista. Tenían clarísima influencia con el propio García, el apoyo apenas solapado de los empresarios más poderosos y una potencial juggernaut mediática, con aliados de peso que antes no existían. Por ejemplo, Baruj Ivcher en Frecuencia Latina y Martha Meier (como cabeza visible de ese sector) en el grupo El Comercio.

La propuesta, en esa corta campaña, iba a ser, me imagino que todavía será, presentar a Keiko Fujimori como la versión kinder and gentler de su padre, pero a la vez como la única garantía de mantener las reglas de juego de una exitosa economía con el orden social necesario para permitirlo.

Los oponentes a esa campaña iban a ser diezmados a través de fulminantes contracampañas.

Es que cualquier estratega de campañas electorales medianamente competente sabe que desde 1990 todas las elecciones importantes han sido decididas por contracampañas. Sin excepción.

La contracampaña será en esta elección tanto o más importante que en los procesos anteriores. La decisión en el voto va a ser antes por negación de las alternativas que por afiliación por figuras o programas.

El análisis de perspectivas, entonces, debe evaluar la capacidad y la vulnerabilidad de cada candidato frente a la inevitable contracampaña.

Luis Castañeda Lossio entra a la campaña con una posición favorable en las encuestas, pero con los antecedentes de tener mandíbula de cristal frente a los ataques, como sucedió el año dos mil. Quizá me equivoque, pero no le veo capacidad de resistir una contracampaña de acusaciones medianamente intensas.

Y las que se vienen serán mucho más que eso.

Ollanta Humala es el rival favorito para la segunda vuelta de los otros candidatos, con la excepción, me parece, de Toledo. Keiko Fujimori necesita enfrentar a Humala y supongo que Castañeda preferiría también ese escenario. Toledo, en cambio, preferirá enfrentarse a Fujimori.

Toledo eludió los efectos más tóxicos de las contracampañas del dos mil manteniéndose detrás de Andrade y Castañeda hasta el naufragio de ambas candidaturas. Luego sorprendió al SIN con la fuerza de su atropellada a último momento. Y después mantuvo el efecto sorpresa tomando decisiones inesperadas.
Ésa es una de las razones, imagino, por las que Toledo tarda en anunciar su candidatura y se prepara para otra campaña muy corta, que probablemente empezaría a mediados de enero.

Pero, a diferencia del dos mil, el estilo operativo de Toledo es ahora conocido. Sus posibilidades de sorprender son, por ende, limitadas. Él tiene que seguir una ruta determinada de campaña, y estoy seguro de que los fujimoristas y las geishas de ayer y de hoy tienen precalculado el momento, tema y secuencia de los ataques. Las lecciones de qué funciona y qué no funciona han sido extraídas de la experiencia de esta última elección.

Creo que los ataques más fuertes y virulentos serán contra Toledo. Y serán personales. No contra su Gobierno ni, salvo excepciones, contra sus colaboradores, sino contra él.

¿Qué posibilidades tendrá Toledo de resistir? Depende de dos factores. El primero es interno: la calidad de su estado mayor y de los operadores de campaña. La del 2001 (antes que la del dos mil) demostró que si un grupo competente de colaboradores se encarga de responder a los ataques y de contraatacar con eficacia, la campaña puede ser neutralizada.

Si, en cambio, él mismo responde, o si lo hace alguna de la gente que lo rodeó luego en el Gobierno, su precariedad será mayor que la de un ciclista en la vía expresa. Recuérdese que Toledo, y esos colaboradores, se las arreglaron para convertir un nivel alto de popularidad inicial en una abrumadora desaprobación durante la mayoría de sus años en el Gobierno.

El segundo factor es externo: la influencia del Nobel de Literatura en la inminente campaña. Estoy seguro de que Vargas Llosa se pronunciará inequívocamente sobre el peligro de que el Perú recaiga en una dictadura. Y su voz tendrá, en esta ocasión, un efecto multitudinario.

Esta vez no se atreverán a atacar a Vargas Llosa, pero imagino que tratarán de ignorar sus mensajes y opiniones respecto del proceso electoral. ¿Lo lograrán? No lo sé. Creo que habrá una confrontación de medios con un balance de fuerzas aparentemente muy favorable al fujimorismo.

Esa apariencia puede ser engañosa. En el dos mil parecía abrumadora y, sin embargo, fue exitosamente contrarrestada.

Si, pese a sus defectos y fragilidades, Toledo emerge como el candidato de las fuerzas democráticas para una votación decisiva entre democracia y dictadura; y si está bien asesorado —algo indispensable en su caso—, sus posibilidades de ganar son altas.

Pero todavía no está del todo claro que Toledo sea el único candidato de las fuerzas democráticas. Eso se definirá en el inicio de la campaña y la contracampaña, y se definirá con rapidez.

Entonces, en medio de lo que, repito, será una campaña corta y brutal, la voz del peruano que hoy representa mejor que nadie la percepción de éxito, de triunfo y de progreso en el país, se escuchará en defensa ardorosa de los dos factores fundamentales para nuestra nación: la democracia, la libertad.

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