sábado, 15 de enero de 2011


El periodismo como contrabando

MARIO VARGAS LLOSA
"El Mercurio", 10 de Septiembre de 1983.


En "The Times" de Londres aparecen rara vez noticias sobre el Perú, lo que es muy comprensible. Desde la perspectiva británica, los temas europeos, las relaciones Este-Oeste, los problemas de los países de la Mancomunidad, prevalecen sobre los asuntos latinoamericanos. Pero cuando aparecen, esas esporádicas informaciones sobre el Perú que publica el gran diari'o londinense diseñan la imagen de un país que no se parece al país en el que nací y en el que vivo. Ocurre que "The Times" tiene un especialista que discrimina y orienta (y rara vez firma) esas informaciones, un personaje llamado Colin Harding.

Se trata de un propagandista disfrazado de periodista, de un escriba que hace pasar sus opiniones como informaciones. Hace algunas semanas tuvo la extraordinaria desfachatez de afirmar que los ocho periodistas asesinados en Ayacucho lo fueron para impedirles denunciar la existencia de bandas paramilitares en esa región, lo que equivalía a acusar al Gobierno peruano de tramar y ejecutar alevosamente el crimen.

Ni la más remota prueba apoya semejante acusación; ni los más parcializados enemigos del régimen lo han formulado en el Perú. El señor Harding no exponía esta tesis como una opinión personal, sino como una "evidencia", que él, informante objetivo, ponía en conocimiento del público británico.

El señor Colin Harding perpetra sus contrabandos -minúsculos, casi subliminales- mediante el uso, diestro y avieso, del condicional "parecería que", "se dice que", "habría ocurrido que". Es un tiempo verbal a cuya sombra se cometen a diario las peores vilezas periodísticas, y todo órgano de prensa digno debería abolirlo de sus páginas. Tiene el dudoso mérito de constituir una coartada, que exonera al autor de la responsabilidad de sus convicciones o fantasías, y de trocar a éstas en hechos difusamente objetivos, en huidizas verdades que el periodista parece haber sorprendido en la realidad y limitarse a transmitir. Es la primera técnica que debe dominar un narrador de ficciones para que sus mentiras finjan ser verdades.

Aplicada a la información, su uso es siempre un abuso, porque ella inevitablemente disuelve las fronteras entre la objetividad de los hechos y la subjetividad del que escribe y hace pasar gato por liebre de una manera imperceptible.

Esta técnica permite, por ejemplo, presentar las noticias de tal modo que parezca que en mi país hay represión gubernamental y abusos de autoridad, pero no terrorismo; que los campesinos son asesinados, siempre, por las fuerzas del orden y nunca por los guerrilleros. Cuando las pruebas en contrario son flagrantes, como en el caso de Lucanamarca, entonces esta técnica permite que la matanza deje de ser un hecho cierto y probado y se vuelva una "simple acusación"  hecha por el Gobierno, como pretexto, sin duda, para nuevos crímenes. Las torres eléctricas, las fábricas dinamitadas dejan de ser verdades objetivas, se convierten en ruidos inciertos que carecen de autor y sirven de cortina de humo para la represión.

Los que son encarcelados o mueren jamás son "terroristas", jóvenes o viejos que ponen bombas y están dispuestos a matar por sus ideas; no, son siempre "estudiantes", "obreros", "campesinos", a los que el régimen da la impresión de perseguir, poner en prisión o asesinar, porque estudian, trabajan, son pobres o se atreven a discrepar. En estas microinformaciones, el Gobierno no parece tener otra actividad que la de violar los derechos humanos de los ciudadanos del Perú. ¿Los violan alguna vez quienes asesinan a alcaldes y jueces, además de policías? Imposible saberlo, porque las noticias informativas que pasan por las manos del señor Colin Harding jamás lo consignan.

Tampoco dicen nunca que el Gobierno peruano tiene un origen legítimo, pues nació de elecciones libres, y que en el Perú este Gobierno es severamente criticado por la oposición, en los diarios y en el Parlamento, y que, a diferencia de lo que ocurre en otros países latinoamericanos, en el Perú los partidos políticos y los sindicatos sin cortapisas y que hay una irrestricta libertad de prensa. Esta omisión -dato escondido, en términos de estrategia narrativa- es capital, porque ella impide juzgar con exactitud lo que significa la insurrección guerrillera en el Perú. Esta no combate por destruir una dictadura militar, sino un régimen democrático respaldado por la mayoría de los peruanos. Las habilidades manipulatorias del señor Harding consiguen dejar flotando en el ánimo de los lectores de "The Times" -la mayoría de los cuales desconoce la situación política peruana- este embuste: que el Perú es en estos momentos la típica republiqueta latinoamericana, en la que un régimen autoritario ejercita la brutalidad cotidiana contra ciertos rebeldes vagamente idealistas.

Hablo así del señor Colin Harding, porque le he visto operar en vivo, en un estudio de la BBC, al que habíamos sido invitados para discutir sobre el Perú. Allí lo oí afirmar con el mismo desparpajo con el que produce sus magias periodísticas, mentiras de este calibre: que el teniente Ismael Bravo Reid, de la Marina, jefe de la patrulla que llegó primero a Uchuraccay después del asesinato de los periodistas, había confesado que éstos fueron matados "por un grupo paramilitar de 50 hombres". ¿Dónde ha aparecido semejante confesión? El teniente Bravo Reid fue interrogado minuciosamente por mí y por los otros miembros de la comisión investigadora de la matanza y su testimonio -que el Gobierno peruano debería haber publicado- coincide, en lo esencial, con los de todos los otros declarantes, civiles o militares, que corroboraron la declaración de los comuneros de Uchuraccay, de que ellos realizaron el crimen. ¿Cuándo, dónde, a quién dijo el teniente Bravo Reid que fue un grupo paramilitar de 50 hombres el autor de la matanza?

¿Existen esos grupos paramilitares en la sierra peruana? El señor Colin Harding aseguró en la BBC que la región donde murieron los periodistas "estaba sembrada de grupos paramilitares". La Comisión Investigadora buscó afanosamente pruebas de la presencia de estos grupos en la región y no las encontró. No digo que no existan: digo que no sólo los militares a los que interrogamos, sino también los civiles, los propios campesinos de la región, negaron su existencia. La maestra de Uchuraccay dijo no haber visto ninguna patrulla en el lugar durante el año 1982 -sí, en cambio, en 1981- y los campesinos sólo hablan de una visita de los militares al pueblo, en helicóptero, antes de los sucesos. ¿Cuáles son, pues, las fuentes en las que el señor Harding basa su acusación? Primero, no quiso decírmelas. Ante mi insistencia, indicó que era "El Diario de Marka".


Tener como única fuente de información para los sucesos políticos peruanos al "Diario de Marka" es como basarse exclusivamente en el "Morning Star" para conocer la realidad política británica. Con una diferencia: aunque ambos diarios defienden tesis marxistas, el "Morning Star" es más objetivo y veraz, menos apasionado y delirantemente ideológico en su política informativa. Aún así, el señor Colin Harding tiene todo el derecho del mundo de compartir las tesis marxistas-leninistas del "Diario de Marka". Lo que es deshonesto en no decirlo y, más bien, ocultarlo, y valerse de tribunas como "The Times" o la BBC para difundir como hechos incontrovertibles lo que, en verdad, son presunciones e hipótesis ideológicas.

"The Times", es un periódico de línea conservadora y es, también, uno de los mejores y más prestigiosos periódicos del mundo. Coincida uno o discrepe de su opinión editorial, es imposible no reconocer el esfuerzo de veracidad e imparcialidad con que informa sobre lo que ocurre en el mundo (y no admirar la buena prosa con que suele estar escrito). Sólo por el hecho de aparecer en "The Times", las inexactitudes y fabricaciones del señor Colin Harding adquieren respetabilidad y aura de verdades. Que un diario como "The Times" pueda ser el instrumento de que se valen los enemigos de la libertad para asestar pequeñas puñaladas publicitarias a un país que trata -difícilmente- de consolidar una democracia recién recuperada ¿no es una formidable paradoja?

En realidad, no lo es. Porque el señor Colin Harding no es una rara avis, sino el prototipo de una especie numerosa. Abundan en los países del mundo occidental. Están en los grandes diarios, en las radios, en las televisiones, en las universidades. Bajo el "camouflage" de especialistas en América Latina contribuyen más que nadie a propagar esa imagen de sociedades salvajes y pintorescas con que muchos nos conocen en Europa, por las distorsiones que llevan a cabo cuando simulan describimos, investigamos, estudiamos.

América Latina es, para ellos, una estrategema que les sirve para desfogar sus frustraciones políticas, esas quimeras revolucionarias a las que sus propias sociedades no dan cabida. ¡Pobrecitos! Tienen la desgracia de haber nacido en países donde la vida política se decide en las aburridas ánforas electorales y no en las excitantes montañas, donde lo que pone y depone a los gobiernos son los votos y no las pistolas y las bombas. Como no se conforman de semejante desgracia, vuelven los ojos hacia nosotros. Para ellos, se diría, nuestra razón de ser es consolarlos, proveerlos de esa violencia que añoran, de esos apocalipsis con los que sueña su incurable romanticismo político. ¿Qué importa que en la realidad no estemos a la altura de sus ambiciones? La realidad de un país lejano y pobre se puede recortar y decorar para que satisfaga el apetito de esos desencantados de la civilización y coincida con la barbarie de sus sueños.

Una aclaración, para terminar. El Gobierno peruano no está exento de defectos y reconozco a todo el mundo, peruano o no, el derecho de criticarlo, de reprocharle, por ejemplo, su política económica, su incapacidad para contener la corrupción administrativa o el espantoso tráfico de drogas y muchos otros problemas en los que ha mostrado ineficiencia. Creo que la crítica es indispensable y que debe ser siempre bienvenida, porque la democracia -a diferencia de las dictaduras- se robustece con ello. Mis objeciones no son a las críticas ni a las opiniones desfavorables que puede merecer el Gobierno de mi país (un Gobierno del que yo no formo parte), sino a que se lo combata, en instituciones democráticas como "The Times", con las armas antidemocráticas del señor Colln Harding.

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