domingo, 12 de febrero de 2012


Las ideas y el caos


Fuente La República
Escrito por Mario Vargas llosa

Quienes creen que la historia de América Latina es una obra maestra de la sinrazón, un producto del puro instinto y de la fuerza bruta, deberían leer el reciente libro del historiador mexicano Enrique Krauze, Redentores. Ideas y poder en América Latina (Debate, 2011). Este ambicioso y audaz ensayo quiere mostrar, a través de perfiles biográficos de doce latinoamericanos de diversa vocación –políticos, revolucionarios, escritores, dictadores– que la evolución de América Latina no es un caos, resultante de las pasiones y los apetitos desbocados, sino una compleja trama movida por ideas y convicciones que, aunque a menudo disimuladas detrás de desplantes, matonerías y retóricas rimbombantes y huecas, le dan a aquella sentido, coherencia y racionalidad.
Como los autores de las dos obras capitales que le sirven de modelo, Russian Thinkers, de Isaiah Berlin, y To the Finland Station, de Edmund Wilson, Enrique Krauze cree firmemente que las ideas hacen siempre la historia y explican todos los grandes hechos –repugnantes o admirables, generosos o mezquinos, liberadores o esclavizantes– que constituyen el devenir de todas las sociedades y naciones.
Aunque rigurosamente trabados entre sí, los capítulos del libro son de dimensión y profundidad variada y entre el riquísimo y exhaustivo dedicado a Octavio Paz –un libro dentro del libro, en verdad– y los más breves y someros consagrados, por ejemplo, a José Martí y a Eva Perón, hay diferencias acusadas. Pero todos están escritos con desenvoltura, astucia y felicidad y se leen con la expectativa y la excitación de las mejores novelas. Redentores es una obra clave de nuestros días, una de las empresas intelectuales más audaces concebidas en el ámbito intelectual y político latinoamericano, y, por su rigor y erudición y la originalidad de sus análisis, un aporte valiosísimo para entender la actualidad y las perspectivas inmediatas de ese continente que creíamos de las oportunidades perdidas pero que, según la tesis más polémica de Krauze, ya no lo es más, pues ha entrado por fin, en medio del tumulto que es todavía su fachada, en un rumbo de verdadero progreso.
El optimismo que transpira el libro no peca de ingenuo, está fundado en datos, indicios y razonamientos persuasivos. Debo confesar que, en mi caso, ha servido para derribar desconfianzas y escepticismos que alentaba hacia algunos países, sumidos en problemas que me parecían obstáculos insalvables para que en ellos echaran  raíces en un futuro próximo instituciones y costumbres democráticas sobre bases estables. Desde luego, Krauze es muy consciente de la enorme diversidad existente entre la veintena de países de América Latina y de la imposibilidad de que todos ellos progresen al mismo ritmo y de la misma manera. Es también muy lúcido sobre los desafíos mayores para la democratización que representan el narcotráfico y su inmenso poderío económico y el crecimiento desaforado de la delincuencia y la corrupción que en gran parte es su consecuencia. Lo que señala es una tendencia general a la que, unos más rápido y otros con retardo, todos se van sumando, algunos con entusiasmo y lucidez y los demás a regañadientes y hasta sin darse cuenta cabal del proceso modernizador en el que están inmersos.
Según Krauze no es casual que en la América Latina de nuestros días no haya sino una sola dictadura de tipo clásico, la de la Cuba castrista, una semidictadura demagógica y corrupta, la Venezuela de Hugo Chávez, y un par de democracias populistas y secuestradas por caudillos como la Bolivia de Evo Morales y la Nicaragua de Daniel Ortega, en tanto que todos los otros países, no importa cuán imperfectas sean todavía sus instituciones, parecen haber optado de manera resuelta por Estados de Derecho basados en la democracia política y economías de mercado. Más importante todavía: el modelo socialista autoritario que en los años sesenta y setenta reclutaba a todas las vanguardias políticas del continente y era el santo y seña de sus juventudes, está hoy prácticamente en ruinas, condenado a una marginalidad que se sigue encogiendo y que alientan apenas grupos y grupúsculos huérfanos de calor popular, en tanto que una nueva izquierda, como la que gobernó en Chile con la Unidad Popular y que gobierna ahora en países como Brasil, Uruguay, El Salvador y Perú, ha dejado atrás sus viejos sueños colectivistas y estatistas y optado por el pragmatismo democrático y de economías abiertas de la social democracia europea.
El camino para llegar hasta aquí –a la modernidad y el realismo políticos– ha sido largo, sangriento, de confusión y delirio ideológicos, sueños utópicos de redención social a través de la violencia, la guerra civil, dictaduras atroces, democracias paralizadas por la ineptitud y la venalidad de sus líderes, burócratas y parlamentarios, y Enrique Krauze lo traza en síntesis brillantes y elocuentes a través de los perfiles biográficos. Por momentos, como en las páginas dedicadas a José Vasconcelos, a Evita Perón, al Che Guevara y al Subcomandante Marcos, el libro alcanza vuelos épicos, relata deslumbrantes peripecias aventureras que parecen provenir más de las fantasías locas del realismo mágico que de una realidad documentada. Los repetidos fracasos, las enormes desigualdades económicas y sociales, el sufrimiento que las repetidas desventuras políticas han ido sembrando por todo el continente, poco a poco han ido empujando a las sociedades latinoamericanas hacia el realismo, es decir, hacia los consensos democráticos, el primero, el de coexistir en la diversidad política sin entrematarse, acatando los veredictos electorales, la renovación periódica de los gobiernos, el respeto a la libertad de expresión y al derecho de crítica, la aceptación de la propiedad, de la empresa privada y del mercado como mecanismos indispensables del desarrollo económico. Todo ello ha ido imponiéndose poco a poco, por la fuerza de las cosas, a través de la evolución de una derecha y una izquierda que, no sin reticencias y traspiés, han ido renunciando a sus viejas obsesiones excluyentes y violentistas, y cambiando de métodos.
Desde luego que nada de esto es irreversible. Enrique Krauze no cree que la historia tenga leyes inflexibles a las que los pueblos estén sometidos como los astros a la ley de gravedad, sino que aquella fluctúa, avanza o retrocede y a veces gira sobre sí misma de manera tautológica. Pero las conclusiones de su libro son elocuentes y estimulantes: comparada, no con el ideal, sino con su pasado mediato e inmediato, América Latina ha progresado de manera notable. Si sus economías van creciendo y han resistido mejor la crisis financiera que causa estragos en Estados Unidos y en Europa es porque ahora es más libre que en el pasado y porque la cultura de la libertad ha ido impregnando tanto su realidad política como la social y la económica. Nada indica que en el futuro inmediato esta tendencia vaya a cambiar. Todo lo contrario. Habría que ser ciego porfiado en materias ideológicas para creer que todavía la Cuba totalitaria, donde siguen muriendo los disidentes perseguidos por la policía política, o la Venezuela arruinada y enconada por las malas artes de Hugo Chávez, pudieran ser el modelo hacia el cual se encamina el resto del continente. Es evidente que esos regímenes representan anacronismos en proceso de desintegración –muy lenta, por desgracia– en un contexto en el que lo que se va imponiendo de manera inequívoca es el modelo democrático liberal.  
Como soy uno de los doce protagonistas de Redentores, y Krauze me dedica un generoso ensayo, he tenido dudas hamletianas antes de reseñarlo. Sé de sobra las suspicacias que este artículo puede despertar. Pero lo hago porque, como todavía las ideas que su autor defiende tienen tanta dificultad para ser reconocidas y aceptadas en el medio intelectual latinoamericano –paradójicamente más retrógrado que el político y el económico–, me temo que no tenga la difusión que se merece y sea víctima de la discriminación y censura que aún practica el establishment cultural, controlado por un progresismo de pacotilla. Krauze tiene el coraje de proclamarse un liberal en un medio donde todavía esta parece una mala palabra, asociada a las ideas de explotación y egoísmo capitalista, y otro de los grandes méritos de su ensayo es devolver a aquella su prístino sentido de defensor y amante de la libertad como valor supremo, pero de ninguna manera disociada de la justicia y de la convicción de que ésta, en el dominio social, sólo puede significar la creación de una sociedad donde haya igualdad de oportunidades para todos. En este sentido, tiene muchísima razón cuando sostiene que el liberalismo está más cerca de la social democracia que del conservadurismo, y que, buena parte del proceso de modernización de América Latina se debe a que, sin que nadie lo quisiera ni advirtiera, ambas tendencias se han ido acercando y confundiendo en la realidad, empujando de este modo la civilización y haciendo retroceder la barbarie. Su libro es un hito decisivo en este proceso civilizador.
Londres, enero de 2012

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