lunes, 29 de agosto de 2011


Entre Mario Vargas Llosa y Marshall McLuhan



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Por Roberto Bustamante
“Then you better start swimmin’ or you’ll sink like a stone” — Bob Dylan
Mario Vargas Llosa y su maravillosa Mac Book Pro (*).
Ayer salió una nueva columna de Mario Vargas Llosa, una más dentro de la serie de artículos que ha publicado sobre los nuevos medios y que dialoga en mucho con otros artículos pasados sobre la sociedad del espectáculo.
“Por eso los medios audiovisuales, el cine, la televisión y ahora internet han ido dejando rezagados a los libros, los que, si las predicciones pesimistas de un George Steiner se confirman, pasarán dentro de no mucho tiempo a las catacumbas.” (La civilización del espectáculo, MVLL, 2008)
Es un tema que va y viene en MVLL. ¿Está yendo la civilización actual a una suerte de decadencia? ¿Las nuevas tecnologías o lo que McLuhan llamó la cultura de la electricidad, nos está volviendo más bárbaros? Copio y pego dos párrafos y recomiendo su lectura crítica completa.
No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la “inteligencia artificial” que está a su servicio, soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado “la mejor y más grande biblioteca del mundo”? ¿Y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?[...]
"La revolución de la información está lejos de haber concluido. Por el contrario, en este dominio cada día surgen nuevas posibilidades, logros, y lo imposible retrocede velozmente. ¿Debemos alegrarnos? Si el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce “la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos”. En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos.” (Más información y menos conocimiento, MVLL, 2011)
No viene al caso aquí ponernos en una situación dicotómica, si MVLL tiene o no razón. Ese sería un terrible homenaje. Aquí más bien quiero rescatar algunos temas puestos sobre la mesa que convendría ampliar.
1. El ejercicio de la memoria y la inteligencia colectiva.
Uno de los puntos que levanta MVLL, a partir del libro (que no he leído aún) de Nicholas Carr “Internet, ¿qué está haciendo con nuestras mentes?”, es que todo esto de las nuevas tecnologías está volviéndonos más torpes, con la memoria menos ejercitada. Sin embargo, según algunos estudios, no se ha probado relación alguna entre “el ejercicio de la mente” y el desarrollo de memoria o habilidades cognitivas (ver comentario del doctor Richard Casselli sobre dichos estudios). El desarrollo de la memoria tiene que ver con otro tipo de procesos biológicos y formativos, que no se reducen a un uso de corto plazo de una u otra tecnología.
El problema de posiciones como la de Carr, citada por MVLL, es que lleva luego a la dicotomía entre los “pro tecnología” y los “contra tecnología”. Dentro de los “pro-”, está por ejemplo Marc Prensky (que viene pronto al Perú) y toda su teoría de los nativos digitales. Y los “pro-” tampoco tienen evidencia empírica que las nuevas tecnologías mejoren o aumenten las capacidades cognitivas.
En ese sentido, la entrada de McLuhan es provocadora porque parte y regresa desde el campo de la cultura y la sociedad. Al afirmar que “el circuito eléctrico es una prolongación del sistema nervioso central” o que los medios modela “nuestra manera de percibir el mundo”, lo que está poniendo es acento en el efecto o alteraciones que provocan las nuevas tecnologías. Como usar una herramienta de retoque digital permanentemente en vez de anteojos. O tener un OST para esa lucha diaria que significa ir a comprar diario al kiosko de la esquina, parafraseando a Cortázar. De allí que, en efecto, manejemos más data e información. El problema es luego si llamamos a esto conocimiento o no, y cómo no caemos en una trampa moral (¿conocimiento bueno? ¿conocimiento malo? ¿todo es conocimiento? ¿cuál sirve? ¿sirve?). Aquí recomiendo la crítica que hace Víctor Krebs tanto de la propuesta de Nicholas Carr como de MVLL.
Una postura que tiene tanto de optismista como de crítica es la Pierre Levy, quien para él, este escenario de la era de la información abre la posibilidad de una inteligencia colectiva, donde todos en (y conectados a la) red cumplimos una función de microproductores de conocimiento (esto es, pequeños rumiantes de data) en un entramado o panal de conocimiento bastante mayor. No seríamos otra cosa que abejas de data. (Todos seríamos Anonymous, lo querramos o no). Apocalíptico o no, si vemos la gran fotografía, es posible que el conocimiento ahora sea mucho mayor que el de cualquier otra época que nos haya antecedido. Claro, en el aspecto micro, desde el individuo, puede que la escena no sea tan divertida o bonita. Pero esa es otra discusión.
2. Leemos menos. Remezclamos más.
Primero, no es cierto que se lea menos. Si solamente viéramos las estadísticas en el Perú (proporcionadas por la Cámara Peruana del Libro), veremos que cada año se importan más y más libros (a pesar de la piratería, otra señal que la gente lee). El problema es que no leen lo que uno quiere que se lea. Y eso porque los hábitos mismos de lectura, los intereses, las modas, van cambiando.
De igual modo, las industrias editoriales han encontrado un nuevo aire a través del desarrollo de herramientas tales como el iPad o el Kindle. Herramientas que son a su vez ecosistemas, que ofrecen múltiples formas de experimentar el texto en lo que autores como Henry Jenkins ha venido llamando Cultura de la Convergencia. Sí, es cierto, son finalmente nuevos filtros y un regreso a un estado previo de control comercial de contenidos. Pero no por ello deja de ser inquietante que se compren más y más libros.
Las tecnologías de la información son mucho más que “instrumentos” o “herramientas”, conviene repetirlo hasta el infinito. Son parte de un proceso mayor en el que se ha modificado todo. Y por sobre todo, nuestra forma de habitar y estar en el mundo. Es parte de un proceso de cambio de las ciudades, de nuestro patrón o modo de trabajar, de caminar la ciudad, de vincularnos los unos con los otros. El tiempo, el valor tiempo que marcó buena parte del mundo moderno (descentrado por Jack Goody en su reciente libro, El robo de la historia), vuelve a su cauce normal. Leer un libro, esto es, sentarse, tener el tiempo para leerlo, la utopía pequeñoburguesa del lector de libros sentado al lado de su chimenea, desaparece o, mejor dicho, se disuelve en el aire. El lector ahora es un prosumidor, un remixeador de información que marca, copia/pega, corta, lo hace pedazos, lo rearma y lo redistribuye. El fin del libro (como centro de la literatura y de las utopías educativas) solamente adquiere relevancia en tanto es el comienzo del hiperlibro.
“…esta muerte del libro sólo anuncia, sin duda (y de una cierta manera desde siempre), una muerte del habla (de un habla que, pretendidamente se dice plena) y una nueva mutación en la historia de la escritura, en la historia como escritura.” (Jacques Derrida, La muerte del libro y el comienzo de la escritura, De la gramatología, 1967).
Es también el fin de lo que se ha llamado el Paréntesis Gutemberg. En retrospectiva, es pensar la cultura escrita como un momento especial de la historia de la humanidad, que en realidad está marcado por la oralidad. Alejados de la historia como linealidad (que, nuevamente citando a Goody, no es ni tan occidental ni tan universal), este escenario post-Gutemberg no es ni mejor ni peor que el anterior: es otra modo más dentro de la historia, cualitativa y cuantitativamente distinto al anterior y por ende inconmesurables entre sí.
(Alejandro Piscitelli, un autor al que no hay que dejar de leer jamás, plantea incluso que la imprenta no fue sino un Caballo de Troya de la cultura industrial y que en ese “retorno” a lo oral, posiblemente se encuentre el ideal emancipador).
No hay fronteras claras entre la escrituralidad y oralidad, tal como lo vienen planteando hace ya tres décadas los investigadores agrupados en lo que se ha venido llamando Nuevos Estudios de Literacidad (NEL).
Toda la movida de los Creative Commons, donde detrás lo que se valora es el espíritu creativo/colectivo por sobre la idea de autor (que viene desde el siglo XVIII) va por lo anteriormente señalado. Un remix entre lo actual (la existencia del “autor”) y lo pasado (la defensa de la cultura “pre autor”).
Ok, no se lee menos, se lee más. Y se remixea más. El año pasado, cada minuto se subía a Youtube por lo menos cerca de 24 horas de video. Wikipedia, la enciclopedia más grande del mundo y actualizada de forma colectiva, ha pasado de 13 millones de artículos (2009) a 17 millones de artículos (2011) en 270 idiomas.
3. Colofón.
No se trata aquí de terminar diciendo algo tipo “MVLL se equivocó”. Creo que su desazón parte de constataciones totalmente ciertas (como la citada Katherine Hayles, quien afirma que sus alumnos ya no leen libros enteros). La enseñanza, sea esta escolar o universitaria, se ha vuelto más compleja, por la enorme cantidad de recursos que los alumnos tienen a la mano (y que muchas veces no utilizan). Algo se nos está escapando.
Marx decía en una frase bastante mal citada, que lo que se trata no es de interpretar el mundo sino de transformarlo.
En los tiempos del Remix (“ni calco, ni copia, sino remix heróico”, diría José Carlos Mariátegui), de lo que se trata no es solamente transformarlo. Porque toda interpretación es, en sí misma, una transformación.
(*) No encontré la fuente original de la foto, así que si alguien me la consigna, haré la actualización que corresponde.

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