jueves, 1 de octubre de 2009


Fujimori: Su delito no es ser japonés

Los Patriotas
Por MARIO VARGAS LLOSA
Piedra de Toque
Caretas

Este artículo aparece como primicia mundial. CARETAS comparte la opinión del autor sobre el trabajo de los periodistas, sobre las hipótesis alrededor de la nacionalidad del Presidente Fujimori, sobre la eventual actitud de sus padres y sobre las verdades que más importan en un ciudadano.


QUE el ingeniero Alberto Fujimori Fujimori no había nacido en el Perú sino en el Japón y que, luego, sus padres, inmigrantes sin recursos, procedentes de la aldea de Kawachi, le fraguaron una nacionalidad peruana, me lo dijeron en las semanas finales de la campaña electoral de 1990 unos oficiales de la Marina de Guerra del Perú, según los cuales el Servicio de Inteligencia Naval poseía la constancia del fraude.Estas pruebas jamás se hicieron públicas en aquella circunstancia porque, sin duda, a aquellas alturas de la contienda electoral que dirimíamos el ingeniero Fujimori y quien esto escribe, aquél ya había establecido la alianza providencial con el celebérrimo Vladimiro Montesinos (todavía no lo era), ex capitán expulsado del Ejército por "traidor a la Patria" -se lo acusó de vender secretos militares a la CIA-, ex abogado de narcotraficantes y que, pese a ello, seguía manteniendo viscerales relaciones con el Servicio de Inteligencia Nacional. Este se encargaría de hacer desaparecer en aquellos días, de los registros judiciales, el abultado prontuario del candidato que algunos sabuesos periodísticos, como César Hildebrandt, llegaron sin embargo a mencionar antes de que se volatilizara.

El asunto de la presunta nacionalidad japonesa de Fujimori tampoco se ventiló en aquella ocasión por mi propia repugnancia moral a esgrimirlo como argumento contra un adversario político. Si hubo falta, no fue la suya, sino de sus padres, y, a éstos, hay que apresurarse a excusarlos, pues no hicieron más que lo que hacían muchísimas familias de inmigrantes orientales, guiados por la más humana de las razones: fabricarles a sus hijos una nacionalidad que los defendiera mejor que a ellos de los atropellos de que eran víctimas en el país sin ley (los años 30 fueron, recordemos, los años de las dictaduras militares de Sánchez Cerro y Benavides) al que se habían expatriado y al que, trabajando con verdadero heroísmo, contribuyeron a desarrollar. Este se lo pagó mal, por lo demás, pues, durante la Segunda Guerra Mundial, la comunidad peruana de origen nipón fue injustamente expropiada de sus bienes, discriminada y perseguida, y algunos de sus miembros enviados a campos de concentración en Estados Unidos, por un gobierno -civil éste, para colmo- ávido de echar mano al patrimonio de la colectividad peruano-japonesa y nisei.

Después de leer la acuciosa indagación llevada a cabo por la periodista Cecilia Valenzuela -un verdadero modelo de periodismo de investigación- y cuyas conclusiones parecen difícilmente refutables, sigo pensando, sin embargo, que la oposición a la dictadura que padece el Perú, y cuya fachada visible es Fujimori, debería excluir de su memorial de agravios contra el destructor del régimen de legalidad y de libertad que imperaba en el Perú hasta el 5 de abril de 1992, la de su falsa nacionalidad peruana.

¿Qué importa que naciera en una aldea perdida de la isla de Kumamoto? En el Perú gateó y aprendió a hablar, estudió, creció, trabajó y compartió a lo largo de toda su vida los infortunios y las ilusiones de los demás peruanos: eso hace de él, no importa cuán dudosa sea la legitimidad del mal garabateado papel que explica su nacimiento, un ciudadano del Perú. Según una leyenda, el general Salaverry, caudillo romántico que ocupó brevemente la presidencia del Perú antes de ser fusilado, hizo poner un libro abierto en la Plaza de Armas y declaró: "Todo el que quiera ser peruano, que ponga allí su firma y lo será". Esa concepción generosa de la peruanidad es también la mía y ojalá lo fuera alguna vez la de todos mis compatriotas.En caso contrario, quienes combatimos a Fujimori desde 1992 por haber cometido la felonía, apandillado con Montesinos y el general Nicola de Bari Hermoza (que debe ser hijo o nieto de italianos), de destruir la democracia y restaurar la tradición autoritaria instalando al Ejército una vez más en el centro del poder político, apareceremos tan mezquinos y viles como aquel siniestro trío, que acaba de despojar de la nacionalidad peruana al Sr. Baruch Ivcher, propietario del Canal de Televisión Frecuencia Latina, con el hipócrita pretexto de que éste, nacionalizado peruano desde 1983, no había destruido su pasaporte israelí.

La dictadura sabe muy bien que hay muchos miles de ciudadanos peruanos que acumulan todos los pasaportes a los que tienen derecho o pueden obtener, dada la inseguridad jurídica que caracteriza la vida política peruana, y que entre ellos figura un elevado número de sus servidores (incluidos ex ministros y cacógrafos de los medios que le sirven de estercolero periodístico y a quienes todo el mundo conoce).¿Por qué ese ensañamiento singular contra el Sr. Ivcher sólo ahora? Porque los informativos de su canal de televisión habían comenzado a denunciar los crímenes y torturas cometidos por el Servicio de Inteligencia, y los planes de éste para asesinar a César Hildebrandt y a otros periodistas de oposición, los pinchazos telefónicos y los fraudes electorales del pasado reciente y a defender un retorno a la legalidad del país del que es ya parte indisoluble, como otros muchos miles de peruanos de origen alemán, italiano, español, chino o japonés.

¿Por qué no se lo privó de la nacionalidad peruana -y se le arrebató Frecuencia Latina con las triquiñuelas jurídicas con que se le está arrebatando ahora- cuando su canal de televisión defendía con entusiasmo el golpe de Estado de Fujimori y sus periodistas llenaban de improperios a quienes nos esforzábamos -sin mucho éxito, es cierto- por abrir los ojos de nuestros compatriotas seducidos con la propaganda antidemocrática de unos medios de comunicación acobardados o vendidos a la flamante dictadura?Cuando, a finales del siglo XVIII, el Dr. Samuel Johnson estampó la frase inmortal -"El patriotismo es el último refugio de los canallas"-, no estaba vociferando contra su país, claro está. El quería mucho a Inglaterra, como lo demuestran sus profundos estudios sobre la poesía inglesa, su luminoso ensayo sobre Shakespeare y, sobre todo, su enciclopédica investigación filológica sobre la lengua de su patria, que le tomó toda la vida y marcó un hito en la historia del inglés.

El voluminoso Dr. Johnson pensaba en gentes que, como las tres que ahora han retrocedido al Perú, políticamente, a la condición de la última república bananera de América del Sur, administran el "patriotismo" en función de sus intereses, sin el menor escrúpulo, como un arma de supremo chantaje para acallar las críticas y justificar sus tropelías, y se arrogan el derecho de reconocer o negar la "peruanidad" de las personas según sean éstas dóciles o indóciles a los desafueros que cometen gracias a la fuerza bruta que los sostiene.Esta es grande, desde luego, pero, en los últimos meses, y a medida que aquellos desafueros se multiplicaban, se halla cada vez más huérfana de apoyo civil.

Desde que los estudiantes se lanzaron a las calles a protestar contra la defenestración de los miembros del Tribunal Constitucional que se oponían a la reelección presidencial y contra las torturas y crímenes del SIN, el movimiento de repudio al régimen ha ido expandiéndose a casi todos los sectores sociales, hasta tocar, incluso, el sector empresarial, donde la patraña de que la dictadura se ha valido para despojar de su empresa a Baruch Ivcher parece haber hecho pensar a algunos industriales, que, después de todo, la legalidad democrática podía ser más adecuada para el futuro de las empresas que una dictadura. Nunca es tarde para enterarse.La realidad es que, en la actualidad, los partidarios del régimen son una minoría bastante reducida de personas, que están con él porque medran a su sombra o porque temen sus represalias, y este tipo de adhesión, fragilísimo, se quiebra con el primer cambio de viento.El sostén primordial con el que todavía cuenta es la fuerza militar.

El crimen mayor que ha cometido Fujimori no es haber nacido en Kawachi ni adulterado documentos públicos; es haber destruido, confabulado con Montesinos y Bari Hermoza, un proceso democrático que, desde 1980, había comenzado a integrar a civiles y militares dentro de un sistema compartido de respeto a la ley, acabando con aquella fractura entre uno y otro estamento que resulta siempre como consecuencia de una dictadura, tragedia constante de la historia peruana y encarnación del subdesarrollo político de un pueblo.

Reconstruir esa unidad entre la sociedad civil y la fuerza militar será más arduo que recuperar la democracia. Los militares peruanos sólo comprenderán el gravísimo error a que fueron arrastrados cuando adviertan, como ocurrió en España, como ha ocurrido en Centroamérica o en Chile, que el golpe de Estado los aisló internamente y los desprestigió a los ojos de toda la comunidad civilizada internacional. Pero eso sólo será evidente para ellos cuando vean en frente a la sociedad civil en pleno, unida y resuelta, pidiendo libertad. Sólo entonces será fácil para el Perú sacudirse de encima al falsario, al felón y al traidor como, en la hermosa metáfora de William Faulkner, los nobles canes de la tierra se sacuden las pulgas.
Londres, agosto de 1997.

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